San Marcos 3, 20-35

No siempre estaban con Jesús su Madre y sus parientes… “Estaba mucha gente sentada alrededor de El”. Pero es curioso observar que en otros momentos del Evangelio se asegura que muchos de sus familiares no creían aún en El, lo cual podría estar conforme con que lo buscasen y esperasen fuera…

Pero, “¿quién es mi madre y mis hermanos?” No habla así Jesús como si renegara de su Madre, sino como el que enseña que es preciso valorar la propia salvación. Manifiesta el Señor, por tanto, que conviene honrar más a los que son “parientes” por la fe, que a los que lo son por la sangre. Todo el que anuncia a Jesús se hace como madre suya, puesto que infundiéndole en el corazón del oyente viene a darle como un nuevo nacimiento.

“Quien cumpla la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por otra parte, no habla así para negar a su Madre, sino para manifestar que no sólo es digna de honra por haber engendrado a Cristo, sino también por llevar el cumplimiento de la voluntad divina hasta las últimas consecuencias. Sabemos, pues, que seremos sus hermanos y hermanas, si cumplimos la voluntad de su Padre, para hacernos sus coherederos; porque respecto de esto no hay diferencia en el sexo, sino siempre en los hechos.

Es importante que incidamos en esto de la voluntad de Dios. Todos recordamos, en primer lugar, que nuestro Señor nos mandó que hagamos a los demás lo que quisiéramos que ellos nos hiciesen, y parecería que no tenemos más remedio que hacerlo así, ya que, en ocasiones, nos gustaría que Dios hiciese nos voluntad y, por tanto, “debo hacer con gusto la de mis hermanos, para que Dios haga alguna vez la mía”… ¿no?

Sin embargo, no hay medio mejor para saber la voluntad de Dios, ni más seguro, que la voz de mi prójimo; porque Dios (y esto es una experiencia universal) no me va a hablar nunca al oído, ni me va a enviar ángeles para declararme lo que debo hacer en cada momento. Además, las piedras, los animales, las plantas, no hablan: por tanto, solamente el “próximo” es quien puede manifestarme la voluntad de Dios y por eso he de abrazarme a ella tanto cuanto me es posible…

Dios me pide tener caridad para con el prójimo; es una gran caridad estar unidos unos con otros y para ello no podemos ver medio mejor que ser apacibles e indulgentes. La dulce y humilde condescendencia tiene que sobresalir en todas nuestras acciones.

Así pues, la consideración principal, debería ser la de creer que Dios me manifiesta su voluntad en mis semejantes y, por tanto, estamos obedeciendo a Dios tantas cuantas veces complacemos en algo a los demás…

Además, ¿es que Jesús no ha dicho que si no nos hacemos como niños pequeños no entraremos en el reino de los Cielos? No debemos extrañarnos, por tanto, que si somos mansos y humildes de corazón, tal como el Señor se nos puso de ejemplo, llegaremos a entender la  verdadera disposición de nuestra Madre como Esclava para cumplir la Voluntad de Dios.