Sorprende en la lecturas de este lunes del tiempo ordinario la aplastante lógica expositiva en la cual los diferentes  autores sagrados recogen la acción de Dios. En la Primera lectura, tomada del II Libro de los Reyes, nos presenta la caída de Samaría, ya dividido Israel, el Reino del Norte, el Reino de Samaría se entregó a la idolatría, en un intento por ser como los reinos de al rededor, tal vez en un intento de «modernidad», los israelitas olvidaron el verdadero origen de su Pueblo, olvidaron que Yahvé, su verdadero liberador es el único Dios y que el decálogo y los valores a él asociados eran su garantía de supervivencia…

Qué actual resuena esto en nuestros oídos, pues vemos que nuestras sociedades occidentales dan sistemáticamente la espalda a Dios, ¿no es un ejemplo de esto mismo la falta de reconocimiento por parte de los países europeos de sus raíces cristianas?… Sin embargo es muy probable que ante los grandes desafíos culturales o sociales podamos hacer por, tal vez nos resulte útil llevarlo a nuestra propia vida, a nuestra propia realidad, y recordar hoy de nuevo a lo que nos evangelizaron, a nuestras abuelas, a nuestros catequistas… a aquellos que nos enseñaron a pronunciar el Nombre de Jesús, y con este recuerdo vivo en nuestros labios asomarnos a la realidad de nuestras vidas de la mano del Evangelio de hoy.

En el Evangelio de hoy parece que se nos presenta una descripción del hombre pos-moderno, el hombre de la crítica… todos estamos sometidos y sometemos a los demás al duro juicio de nuestras críticas, nuestras conversaciones muchas veces giran en torno a la crítica al gobierno, o mis jefes, o a mis familiares, o la sociedad… Y en todas estas críticas hay siempre un premisa elemental: Yo lo hago bien (tengo las mejores ideas) el otro lo hace mal… o, expresado de otra forma, mi yo (ego) es la medida de todas las cosas, el criterio de verdad y de juicio de todo lo que sucede… este tipo de razonamiento, que se nos inserta sin querer en nuestra forma de razonar es la base del relativismo actual, no encontramos ningún criterio objetivo más allá del propio sujeto, y desde ahí todo vale. Como les ocurrió a los israelitas de la primera lectura asumiendo estas ideas damos la espalda a Dios, y nos olvidamos del que es la VERDAD y la VIDA, nos olvidamos y perdemos el verdadero sentido de la existencia.

Sin embargo la seriedad de la situación no debe darnos pie a pesimismos estériles, sino que debe animarnos a volver con renovado empeño nuestro rostro al Señor, pues tanto nuestra vida, como la de nuestros hermanos está sedienta, ansiosa por devolverle a Dios el lugar que le es propio.