El Evangelio que la liturgia nos propone para nuestra reflexión, tomado del relato de San Mateo, recuerda a los refranes y máximas de la literatura sapiencial veterotestamentaria. De forma escueta nos presenta tres dichos o enseñanzas:

La primera podríamos expresarla así: No dar a quien no puede recibir. Este adagio se repite en las diferentes culturas de formas muy diferentes. Pero ¿qué se puede sacar en clave cristiana? Una meditación sencilla y reposada de este texto puede conectarnos con nosotros mismos, la dinámica del evangelio es siempre la de la generosidad sin límites de Dios. Dios se nos da, se revela como Palabra, se entrega como pan partido, Jesús «regala» la salvación, y esto de acuerdo con el refrán comentado nos pone en una situación privilegiada pues nosotros estamos capacitados para recibir aquello que Jesús nos da, a Él mismo. San Agustín describía al hombre como «capax Dei». Que Dios se revele es garantía de que podemos acogerlo, y tener certeza de que esa búsqueda incasable de Jesús que es la vida cristiana tiene sentido y va a tener resultado cambia nuestra forma de ser y estar en el mundo.

El segundo refrán es de tipo moral, de hecho no es extraño encontrar formulaciones similares en el pensamiento de algunos filósofos, tal vez, el más conocido, o el que primero viene a nuestra mente al oír «Tratad a los demás como queréis que os traten» es Kant y su imperativo categórico. Sin embargo, en clave cristiana esta máxima moral adquiere otro color, el de la generosidad que hemos aprendido de Dios. Dios nos creó libres, podemos elegir, y elegir lleva asociado ser responsable, es decir, ser consciente de que lo que hacemos tiene consecuencia, muchas veces inesperadas, y la forma de actuar de Dios se convierte en ejemplo para nuestro obrar. Tal vez nos resulte también iluminador aquella propuesta educativa de San Juan Bosco, el sistema preventivo, amado a los alumnos el profesor genera en ellos una corriente «salvifica» que les aleja de los peligros y de las malas elecciones.

Finalmente, algo más desarrollado, nos propone la expresión de la «puerta estrecha». Todos tenemos experiencia en nuestra vida cotidiana de esta realidad, o a caso no conocemos personas que con similares oportunidades a las nuestras han dado la espalda a la Fe. Cuando veo a mis compañeros del colegio, cuando comparto con ellos sus vidas y recuerdo cómo éramos de niños veo hecho realidad este dicho. Incluso en mi trabajo como educador me encuentro con chavales que tienen grandes posibilidades pero que se quedan lejos de su mejor «yo». Que lucha tan intensa la vida y que resultados tan maravillosos los de la Fe.

Pidámosle hoy al Señor algo de tiempo para reflexionar sobre estas tres sencillas máximas, que nos sirvan para recolocarnos, si lo necesitamos, o para dar gracias si ya estamos en el buen camino, pues como de nada sirve correr mucho fuera del camino.