Ya quedan menos equipos de fútbol en el Mundial. Es perfectamente válido que a un sacerdote le guste el fútbol, incluso que le apasione, es un buen divertimento y sano, tanto jugarlo como verlo. Pero un sacerdote no puede tomárselo con tal pasión que le lleve a despreciar a la hinchada de otro equipo o entrar en depresión si pierde su equipo. Yo no soy futbolero, pero he tenido compañeros que sí, incluso un vicario episcopal (q.e.p.d.), que si no querías que te hablase de algún tema sólo tenías que nombra a su equipo y se acabó el tema la reunión para hablar sólo de fútbol. En el fútbol, como en política o física cuántica, los sacerdotes somos tan falibles como el resto de la humanidad.

“Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.” Hoy que celebramos a Santo Tomás, apóstol, es un día muy especial -como cada fiesta de los apóstoles-, para rezar por el Papa y por los Obispos, en especial cada cual por el suyo. Para que nos reafirmen en la fe, nos mantengan en la esperanza y hagan ardiente nuestra caridad. Para que seamos dichosos por creer sin haber visto.

San Pablo nos recuerda que Cristo es la piedra angular. Si quitas esa piedra se cae el edificio entero. Ahora tenemos la manía de que todo el mundo opine de todo, y opina de moral un actor, de política un futbolista, de moda un Obispo y de ética un físico matemático. Las opiniones son libres, pero Cristiano Ronaldo no tiene más autoridad para hablar de política por jugar bien al fútbol (aunque los penaltis…). Tristemente también, en algunas ocasiones, a la jerarquía de la Iglesia le ha dado por opinar de todo, y son muy libres para hacerlo siempre que su voz no sea una opinión más lo mismo en ecología que en eclesiología. Los religiosos deberíamos dedicarnos a hablar de Dios y a confirmar en la fe a los hermanos, a “ir al mundo entero y proclamar el Evangelio,” si hablamos de todo acabaremos llenando el mundo de palabras y vaciándolo de la Palabra hecha hombre. Me da pena cuando alguien me dice que ya no lee al Papa o las cartas del Obispo porque ya están saturados de tanta palabra. Ojalá la Iglesia fuese capaz de guardar más silencio, rezar más y hablar de lo que tiene que hablar y cuando tiene que hablar. Que nuestro anuncio sea ¡Hemos visto al Señor! y no la prima de riesgo.

«¡Señor mío y Dios mío!». Esa es nuestra oración hoy con toda la Iglesia, y de la mano de María y el fundamento de los apóstoles llevemos a este mundo hacia Dios.