Como Pedro refleja, nosotros estamos llamados a dejarlo todo por seguir al Señor. Pero, ojo, no podemos caer en la tentación de pensar que esa radicalidad en el seguimiento a Jesucristo es propia de una vida consagrada o sacerdotal en exclusiva. No, antes bien, el llamado a dejarlo todo es una exigencia de Jesús para todos, ante cuya llamada no cabe mirar hacia atrás.
Por eso, podemos decir con toda paz que dejarlo todo no significa necesariamente no tener marido o mujer, sino más bien, parafraseando a San Pablo, tenerlos «en el Señor». En este sentido, si es voluntad de Dios que alguien contraiga matrimonio con otro alguien, dejarlo todo significa entregarse en exclusividad a esa persona, gracias a lo cual estaremos cumpliendo la voluntad de Dios, que es la que nos hace plenos y es el camino más recto al Cielo. Dejaremos, por tanto, todo aquello que nos aleja de Él.
Pero aquí el Señor está hablando a los apóstoles, que, efectivamente, dejaron casa, mujer e hijos por el Señor. Para ellos y todos los que son llamados a una vida en virginidad y celibato, el Señor les dice: no os preocupéis, que mi amor os será más que suficiente para vivir sin esos otros amores «más humanos». Así podemos entender el: «y todo aquel que por mí haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o esposa o hijos, o propiedades, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna».
En definitiva, con que cumplamos la voluntad de Dios desde el corazón y la antepongamos a lo demás seremos personas que lo estaremos dejando todo por el Señor.
Y tú, ¿qué puedes dejar hoy por Él?