«Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis». Esta frase del Señor realmente es una de esas que programan de manera más radical la vida cristiana. Y, por qué no decirlo, es un eslogan muy actual que, por poner un ejemplo, podría ser un tweet de éxito.

Pero, más allá de esto, sería bueno que nos haga pensar en todas esas cosas que Jesús ha hecho en nuestra vida desde antes incluso de nacer. Los padres, los hermanos… y, ya entrados en años, los amigos, compañeros de trabajo, el esposo o la esposa si uno está casado, etc. Pero no sólo las personas, sino también los dones que se nos han dado para ser desarrollados y puestos en juego. Nuestras virtudes. Piénsalo bien. Puede parecer un poco absurdo, pero es lo más obvio de todo: ¡No hay nada bueno que tengamos que no se nos haya sido dado como don! El problema es que muchas veces parece que hemos perdido esa visión sobrenatural que nos haga comprender y vivir está realidad tan básica del cristiano. Nos acostumbramos demasiado fácil a lo maravilloso.

Hoy puede ser un gran día para poner delante del Señor nuestra vida y aquellas facetas de la misma en le que más claramente resalte el hecho de que Dios interviene en nuestra vida y nos da «gratis» cosas que no merecemos, para, como dice el salón, gustar y ver qué bueno es el Señor.
Pero la frase no acaba en el recibir, sino que implica el dar. Por eso podríamos darle la vuelta a la tortilla y hacer examen de conciencia acerca de aquellas cosas a las que estamos excesivamente apegados y que constituyen nuestras seguridades mundanas. ¿Hay algo que no queramos compartir con nadie?, ¿incluso con Dios? Está claro que no es fácil reconocérselo y mucho menos ponerse manos a la obra para desprendernos de todo aquello que no sea el núcleo verdadero de nuestra vida, que siempre pasa por nuestra relación con Dios, pero, si no lo intentamos sí que sí será absolutamente imposible.

Este tiempo de verano, si estás de vacaciones o si vendrán pronto, incluso si ya han pasado con la tranquilidad que dan las ciudades medio vacías, puede ser un tiempo precioso para poner silencio en el corazón y hacerse un pequeño propósito para el curso que viene que vaya en relación con esas seguridades que tenemos puestas en nosotros mismos y no en Dios. En definitiva, ser conscientes de que no nos pertenecen y que hay que ponerlas a disposición del Señor. ¡A por ello!