Domingo XIX T.O.

El capítulo 6 del evangelista San Juan comienza con la multiplicación de los panes y los peces (que leímos el domingo pasado). Dicho acontecimiento le sirve después a Cristo para revelar a sus discípulos algo revolucionario: Dios mismo se convierte en el alimento para el camino de la vida. Esta imagen, relacionada con el maná en el desierto, el Señor la lleva al extremo: deja de ser una imagen para convertirse en una realidad. El discurso del pan de vida concluirá —dentro de dos domingos— con la deserción de algunos discípulos, cuya dificultad para comprender al Maestro acaba alejándolos del alimento que da la vida eterna.

La eucaristía podríamos decir que es el resumen mismo del Cristianismo, su corazón más original y novedoso. Una vez escuché a un gran sacerdote, doctor, que el Cristianismo se resume en esto: el Señor Jesús, presente en el sacramento de la Eucaristía. En efecto, el “mysterium fidei”, este misterio o sacramento de la fe que confesamos después de la consagración, contiene en sí mismo todo el ser y obrar de Dios, su modo más concreto y “encarnado” de hacerse presente en el mundo, salvándolo, elevándolo.

En la eucaristía, como dice el salmo, gustamos y vemos qué bueno es el Señor. El corazón se nos llena de alegría y esperanza que nos lleva a bendecir a Dios en todo momento, a alabarle contantemente con nuestra boca, a gloriarnos en el Señor para llevar a todos el mensaje de la alegría cristiana.

Jesús es el alimento para el camino que ha de recorrer cada persona. En muchos momentos, el recorrido atravesará por sombras, por firme embarrado, vados aparentemente infranqueables o por desiertos agotadores. Y como Elías, elevaremos al Señor una súplica sincera: “Anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: «¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!»”. La petición es escuchada por Dios y le concede alimento “extra”, no hecho por mano humana, sino por providencia divina. Esta imagen del Antiguo Testamento, como otras muchas, encuentran en el discurso del pan de vida de san Juan su más estricto cumplimiento. Es la antesala de lo que ocurrirá en la Última cena, en el Calvario y en el sepulcro.

Nuestra peregrinación terrena no está exenta de grandes tentaciones que nos inducen a caer en la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda tipo de maldad. Por eso, San Pablo nos exhorta a ser buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios nos perdonó en Cristo. Para enfrentar las dificultades y construir el bien, hemos de encontrar fuerzas que contrarresten la influencia del mal: necesitamos un alimento no humano, sino un alimento “extra”, hecho por mano divina.

En el Pan eucarístico, Jesús mismo nos alimenta de Dios. Vivir intensamente la vida cristiana es vivir intensamente la eucaristía, centro y cúlmen de toda la vida cristiana.

¡Gracias, Señor, por el alimento que nos da vida eterna!