¿Cómo hacer siempre la voluntad de Dios? Siendo niño evangélico: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios” (Mt. 18, 3). Y esto supone recuperar nuestra pobreza ontológica. Supone sobre todo confianza y valentía:

  • Confianza en el Padre cuya mirada es la única que nos puede reconocer como Hijos: “Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos” (Mt. 11, 25), y ante la única que nosotros podemos volver a ser como niños: “el que no nazca de nuevo…” (Jn. 3, 3).
  • Valentía: valentía confiada propia de un niño, que porque cree, arriesga: sólo se es niño evangélico nadando contracorriente en una cultura ambiental en la que todos quieren ser primeros, tener éxito. Hay que ser valiente para arriesgar por la humildad, hay que tener mucha fe para saberse salvado queriendo ser oveja en medio de lobos, y rico, inmensamente rico, a base de ser pobre, y grande, inmensamente grande, a base de ser pequeño, y libre, enormemente libre, a base de ser siervo (Mt. 20, 26).

San Maximiliano Kolbe, mártir que ofreció su vida en el campo de concentración para salvar la vida de un padre de familia, tuvo una confianza en Dios y una valentía humana heroicas. Como un niño ante su Padre Dios confió en su Palabra, creyó que la vida se gana dándola, y fue valiente hasta el extremo.

Para ser como niños, hay que aprender de los niños:

  1. Que se abandonan completamente en su padre, sabiéndose en sus brazos, y no preocupándose de nada, pues todo sucede para su bien: “todo contribuye al bien de los que aman a Dios” (Rom. 8, 28).
  2. Que imitan a su padre, que quieren ser como él. Y quien viendo al Padre que ama, no quiere sino aprender a amar como El: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”: 1Jn 4,8.
  3. El niño no vive sólo en lo real, sino en su fantasía interior, no vive desde el ritmo exterior, sino desde el interior: vivir en el sobrenatural, con los pies en la tierra, pero la mirada en el cielo. en el juego de Dios, en el juego de los designios de Dios: “Os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18, 10).
  4. El niño vive el momento presente con intensidad, lo saborea, lo disfruta, porque es siempre algo nuevo que se le ofrece, una ocasión para encontrar esa novedad, despreocupado por el vestido, o por el alimento, o por el mañana: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? (…)Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mt 6, 25-34).
  5. El niño siempre espera un regalo, un gesto, una mirada, y por eso siempre pide. “Y si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre, que esta en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan” (Mt. 7, 11).
  6. El niño vive su inocencia de niño. Nosotros podemos vivir la inocencia de quien no hace el mal, de quien huye del mal, de quien aborrece el mal, de quien se hace violencia por actuar inocentemente: sin juzgar (Mt. 7,1), sin hablar mal de nadie, sin hacer mal a nadie. “Quien ama se vuelve inocente, se virginiza, se inmaculatiza” (Pablo VI).
  7. Y el niño no aprende a hablar por si mismo. Aprende de sus padres, y se sabe necesitado de aprender para vivir. Por eso primero balbucea, y luego no para de hacer preguntas.