1. Sin Él no podemos vivir: A finales del siglo IV, en Abitene, ciudad al norte de África, un grupo de cristianos celebraban la Eucaristía en casa de un tal Emérito quien, llevado a los jueces y preguntado si ignora las penas reservadas a los que dejan celebrar la Eucaristía en sus casas, responde: “Sí, lo sé, pero mirad: Nos podéis quitar el ganado, las casas, el dinero, pero la Eucaristía no, porque sin ella no podemos vivir”.
  2. En Él esta todo el bien que podemos desear: Lo que aquel hombre sencillo sentía de este misterio, lo expresa así el Concilio Vaticano II: “En la Santa Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, en su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres que de esta forma son invitados estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas, juntamente con él”.
  3. En Él somos convocados por Dios. Cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, somos convocados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo como asamblea del Pueblo de Dios.
  4. Por Él escuchamos y acogemos la Palabra de Dios. Durante las lecturas escuchamos con atención al Señor, él nos habla. Después, el sacerdote nos ayuda a descubrir la actualidad y el sentido de la Escritura que hemos escuchado. El Espíritu Santo nos ayuda a acoger esa Palabra y a llevarla a los demás, convirtiéndonos en profetas y testigos de su amor.
  5. Con Él celebramos el memorial de la Pascua. Celebramos el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús. Por la fuerza del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Su Cuerpo partido y su Sangre derramada para la remisión de los pecados son el sacrificio de amor ofrecido al Padre para la salvación del mundo.
  6. Por Él somos enviados a ser sus testigos. Toda eucaristía acaba con la invitación a llevar a los demás lo que el Señor nos ha dado. Mientras caminamos al encuentro del Señor, preparamos la venida de su Reino, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz. Porque si el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo es para que la vida de Cristo transforme cada persona, cada situación, cada acontecimiento, y cada realidad de este mundo.
  7. Con Él su presencia se prolonga: La misa no termina nunca cuando el presidente de la celebración nos despide con el “podéis ir en paz”. La misa se prolonga en la vida cotidiana, en los muchos compromisos de la vida del cristiano quien, alimentado por la palabra de Dios y por su cuerpo y su sangre, estrechamente unido por tanto a Jesús-Eucaristía, reincorporado a la comunión de la Iglesia a través de la comunicación eucarística, es llamado a la misión de “generar a Jesús” en el mundo.