Una de las insistencias más constantes del evangelio es a permanecer en vela. En la parábola de hoy se trata de permanecer despiertos ante un acontecimiento festivo: la inminente llegada del esposo. Es una vigilancia esperanzada, como la que hemos vivido en tantas ocasiones. Al esposo se le espera con ilusión. Sin embargo este se retrasa y, finalmente, vence el sueño.

La parábola distingue perfectamente entre el cansancio justificable (¡cómo no caer rendidos cuando la espesa se hace larga!) y la imprevisión (la falta de aceite). Las cinco vírgenes imprudentes habían organizado mal la espera. Su descuido no puede justificarse, al contrario del sueño. Los padres de la iglesia han señalado que el aceite simboliza la caridad. Las lámparas pueden ser la fe. Una fe sin caridad está muerte. No luce. Todas sabían que había de llegar el esposo, pero no todas los esperaban con el mismo ardor.

Toda la vida cristiana conlleva estar alerta custodiando la lámpara que el Señor nos ha dado. Es decir, hemos de ser fieles al bautismo. Ciertamente podemos vivir mejor esa fidelidad en la Iglesia, contando con la inestimable ayuda que esta nos presta. La sola convivencia con otros cristianos es ya una gran ayuda. Pero a pesar de esto persiste la responsabilidad personal.

El banquete final es el desposorio entre Cristo y la Iglesia pero también, de alguna manera, entre cada alma y el Señor. Las vírgenes necias, que descuidaron algo imprescindible para la vela, porque había que recibir al esposo de forma digna, esto es con las lámparas encendidas, en el fondo no se tomaban en serio el encuentro. O bien pensaron que no había de llegar aún, y se despreocuparon, o bien creyeron que no era algo tan grave. La inminencia de la llegada las hizo entrar en razón, pero ya era demasiado tarde. Lo tenían todo y sin embargo fallaron en un pequeño aspecto que se reveló imprescindible. Es obvio que la respuesta de las vírgenes prudentes, enviándolas a la tienda, cuando ya es de noche, tiene algo de ironía. En el fondo está en congruencia con la actitud de las necias. Lo que no hicieron de día ya no puede hacerse de noche. Por eso llegan tarde.

Que la Virgen María nos ayude a perseverar atentos a la venida del Señor en comunión con toda la Iglesia. Que cada día preparemos nuestras lámparas con el aceite de la caridad para que el Señor nos encuentre bien dispuestos. Una buena manera de mantenernos en vela es preguntarnos cada día qué buena obra hemos realizado; a qué personas hemos prestados atentos; de qué necesidades concretas de otros nos hemos ocupado. Todo ello en la alegre espera de nuestro Salvador. Caminamos siempre a su encuentro y la práctica del bien, siguiendo sus enseñanzas, nos mantiene en la talegre tensión de la espera.