Viernes 7-9-2018, XXII del Tiempo Ordinario (Lc 5,33-39)

«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseaos también; en cambio los tuyos, a comer y a beber». El comportamiento de Jesús y sus discípulos fue muchas veces escandaloso para los hombres religiosos de su tiempo. De hecho, en el Evangelio es frecuente ver cómo acusan al Señor de ser un «comilón y borracho», «amigo de prostitutas y pecadores». ¿Qué es lo que le reprochan en el fondo? Lo que más les incomodaba de Jesús es que no entraba dentro de sus estrechos esquemas religiosos. Para los fariseos, y quizás para nosotros, la religión es una cosa del templo, de prácticas piadosas, de curas y monjas. Todo lo que queda fuera de las puertas de la parroquia es el mundo exterior, perdido y alejado de Dios. Es, en definitiva, un cristianismo de sacristía. Pero Cristo no era así. Él era un hombre que estaba en medio del mundo: era precisamente Dios en medio del mundo, Dios entre los hombres. Por eso, Jesús ayunaba y oraba (pensemos en los 40 días en el desierto o en tantos ratos de oración), pero también comía, bebía, reía, caminaba sin descanso, estaba con sus amigos, descansaba en la casa de Betania, participaba de actos sociales como las bodas de Caná… Porque Dios no es en absoluto ajeno a todo eso.

«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?». Con esta imagen, Jesús descubre la razón profunda del comportamiento de todo cristiano. Hay una esencial y radical diferencia entre un cristiano y uno que no lo es. El cristiano sabe y experimenta que Jesucristo, el Amigo, está siempre con él. Por eso, en cualquier cirscunstancia ordinaria puede encontrarse con ese Dios que se ha hecho uno de nosotros. Y así, como Jesús, nosotros también podemos comer y beber, reír y cantar, pasear, estar con los amigos, vivir en familia, participar en actos sociales… siempre junto a Cristo y muy unidos a Él. Este es el secreto de la vida cristiana. Lo dijo ya claramente san Pablo: «Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios». No somos cristianos sólo dentro del templo, en la Misa, en nuestra vida de parroquia, en un convento… somos cristianos siempre, siempre unidos a Cristo. Queremos ser cristianos en medio del mundo.

«A vino nuevo, odres nuevos». ¿No ves la absoluta novedad que supone este modo de vivir la existencia cristiana? Piensa tan sólo en dos consecuencias. En primer lugar, Dios quiere acercarse a ti en medio de tus quehaceres cotidianos. No le busques en otros lugares, sino en tu familia, en tu casa, en tu trabajo, en tus amistades, en tus deberes… Aquí está el lugar de tu encuentro con Cristo. Dicho de otro modo, Dios quiere que seas santo en tu vida ordinaria. Pero Él no sólo te ha llamado a ser santo, sino a ser santo y apsótol. Y, por eso, en segundo lugar, tenemos que ser apóstoles en medio del mundo. Sal de la tierra y luz del mundo. Y no entre cuatro paredes, sino con tus compañeros de trabajo, con tus amigos íntimos, con tus hijos, con tus vecinos… Jesús habla de vino nuevo y odres nuevos, ¿no quieres que sea también nueva la evangelización, como han repetido los últimos Papas? Pues ya sabes: santo y apóstol en medio del mundo.