En las lecturas que la Iglesia nos propone para nuestra reflexión este domingo, encontramos una primera idea sugerente en las palabras del libro de la Sabiduría, en mi caso, resuenan con insistencia las palabras con las que se abre la lectura: «El Señor me abrió el oído, yo no resistió ni me eché a tras». Han resonado en mi interior, primero porque conectan con la lectura del domingo pasado en la que Jesús curaba un sordo, y en segundo lugar porque ponen de manifiesto algo que he experimentado con cierta frecuencia en mi vida, y que conecta con la inconsistencia y la fragilidad de mi Fe, cuantas veces he oído la Palabra, sin de verdad querer escucharla, cuantas veces me dado la vuelta como quien no quiere la cosa y he consentido con el mal, cuantas veces he dado un paso al lado aún sabiendo que Dios me invitaba a dar un paso adelante…

Y desde esta certeza entendemos a la perfección las palabras de Pablo, si la Fe no tiene obras está vacía. Es en las obras, en lo que hago, en lo que rige mi obrar, en los principios que realmente rigen mi vida donde me juego el futuro, donde me juego la felicidad… que paradoja, en la acción es donde se encuentra la verdadera felicidad, y no nosotros que creíamos que era tumbados en las playas del Caribe… Dios me habla a voces cada domingo en su Palabra, Dios me habla a voces en la cotidianidad, en lo que me pasa… y lo sé, pero…

Y en medio de este discurso surge Pedro como el protagonista del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Pedro es capaz de lo mejor y de lo peor, Pedro, como afirma Isaías en la primera lectura ha podido escuchar la voz de Dios en Jesús, de hecho es el primero en confesarle como el Mesías, como el Hijo de Dios vivo, pero a la vez es capaz de lo peor, de tergiversar el mensaje del Reino, de cometerle a sus caprichos y prejuicios, y se atreve incluso a reprender a Jesús, que con paciencia de Maestro Bueno repite una y otra vez a sus discípulos, a sus apóstoles, a Pedro el verdadero camino de la Salvación: el Calvario.

Es más común de lo que nos parece que intentemos acomodar a nuestras categorías y a nuestros intereses el mensaje del Evangelio, desde el sutil «yo no mato a nadie» que a veces se escucha al confesar, como si el único pecado fuese el asesinato, al cumplimiento vacío de ritos sin trascendencia en la vida, pasando por lo anticuada que está la Iglesia en sus planteamientos morales o… son múltiples nuestras renuncias y pequeñas trampas para acomodar a Jesús a nuestros deseos, tal vez hoy sea un buen día para repasar nuestras obras, para hacer balance de cómo vivimos y descubrir así la calidad de nuestra fe, que será el termómetro de nuestra felicidad.