En uno de los grupos de jóvenes de mi parroquia, comentábamos la importancia de vivir la vida como vocación y uno de los jóvenes compartía su experiencia del noviazgo y como lo está viviendo gracias al grupo de acompañamiento de novios. Con sus veintitrés años, le parecía muy gordo y fuerte decir la palabra novios, pero estaba descubriendo con su novia el camino juntos hacia un proyecto de vida en común al que están llamados.

Las lecturas de hoy nos hablan de esta realidad tan importante para el hombre. El Génesis nos describe uno de los misterios determinantes de nuestra vida. Es la creación del otro y la apertura del hombre al otro, a la trascendencia. Es la vocación a la alteridad, al amor. El sentido de la costilla extraída para crear la mujer y su vacío en Adán, indica la necesidad del otro, de llenar el vacío; sin el otro nos falta algo esencial. Pablo relata el misterio de Amor que acontece en la redención de Jesucristo que nos lleva a descubrir a los demás como hermanos. Dios nos ha creado para la complementariedad y, como nos muestra Cristo, podemos desarrollar la vocación desde la fe y la humanidad en la entrega a los hermanos, aunque nos cueste sufrimientos.

En el pasaje del evangelio de Marcos, Jesús da un paso en la revelación divina del Plan de Salvación de Dios en la historia para la humanidad. Nos muestra el ideal del proyecto creador de Dios para la mujer y el hombre, que ya había apuntado el Génesis: serán los dos una sola carne. Jesús afirma la igualdad del hombre y la mujer que necesitan la complementariedad, el uno del otro. El proyecto de amor entre una mujer y un varón que se realiza en el matrimonio como vocación, tiene una dimensión de fidelidad inquebrantable (lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre) al acoger a la otra persona como don de Dios que hace que ese amor mutuo crezca, madure y fructifique como nueva vida en los hijos. Un amor auténtico que transforma a las personas y las lleva a una realización plena en la felicidad. Lo contrario, ya lo estamos viendo, lleva al sufrimiento, el dolor, el egoísmo, el vacío.

Hay que ser como niños para evitar la dureza de corazón, para ser sencillos y agradecidos, acogiendo el Reino, para que la relación mutua en este mundo sea ámbito de felicidad, vínculo gozoso, donación amorosa e incondicional en la que es posible amarse más allá de las diferencias y los defectos entre dos seres humanos. Tú ¿lo crees, confías en ello, lo vives? ¿Lo quieres vivir? Aprende, lucha, entrégate, acoge, ama como Jesucristo.