Eclesiástico 48,1-4. 9-11; Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19; Mateo 17, 10-13

La desagradable criatura de “El señor de los anillos” tiene un preocupante caso de esquizofrenia aguda. Gollum- el antipático- tiene una voz fuerte, autoritaria que se impone sobre Smeagol- el debilucho- que, aunque a veces parece liberarse, acaba obedeciendo a su personalidad desagradable y hablando con esa vocecilla de bocina de Vespino. La voz es muy importante. Puede expresar convencimiento, fuerza, hastío, despreocupación, cariño, ira, desprecio, etc.
A veces oigo predicaciones- o me escucho predicar- con el mejor estilo de los perfectos pupilos de Smeagol: una voz cansina y desafinada, cuyos efectos son más que previsibles en el que escucha: es como quien oye llover, una vez terminada la lección se pasa “a otra cosa, mariposa”. Para esto los mismos curas hemos fijado una expresión: quien no mueve el corazón acaba haciendo que se mueva el trasero. Palabras que no generan una respuesta de entrega y sí un montón de toses que te parece celebrar en uno de los antiguos hospitales de tuberculosos. Parece que, para hablar de Dios y con Dios, hay que mirar a un punto en el infinito e ir convirtiendo la voz en un arrullo consolador que, vacíos los corazones, vacía las Iglesias. Parece que hay miedo a molestar a los que duermen, de incomodar a los acomodados, de que nos abandonen los que vienen a sestear en el reclinatorio.
Gollum tiene una voz desagradable. Insulta, echa en cara, ironiza sobre el débil Smeagol, todo lo ve negativo y sólo busca “su tesoro”. Hay predicaciones estilo Gollum. No convencen, humillan. No explican, confunden con tecnicismos. No inquietan sino que asustan. No convierten, trastocan la verdad.
Alguno estará ya pensando en sacerdotes que conoce o en su párroco. Pero tampoco hay que irse sólo a los sacerdotes, muchos nos predican todo el día y no exactamente de Dios. Tenemos muchas oportunidades, en diversos lugares y situaciones, de hablar de nuestra fe. Y podemos ser o Gollum, o Smeagol o mudos (que tal vez sea incluso peor). Cuando hables de Dios acuérdate de Elías “un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno encendido”. Según hables de Jesucristo y la Iglesia así está tu corazón de enamorado.
Seguramente incluso así nadie te haga caso:“os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo”, pero sabrán que no los quieres engañar, que hablas de quien quieres porque los quieres.
Pídele a nuestra Madre del cielo que te ayude a ser fuego y cuando contemples dentro de unos días el nacimiento del Sol de Justicia veas “El retorno del rey” (de Reyes).