Génesis 49. 1-2. 8-10; Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. 17; san Mateo 1, 1- 17

Quedan siete días para la Navidad y hay que dar un último empujón al Adviento.
Hoy escuchamos en el evangelio la genealogía de Jesucristo, esa lectura tan graciosa llena de nombres complicadísimos, que casi se nos atascan entre los dientes y los labios (aunque también es verdad que me ha tocado a veces celebrar algunos bautizos en que el nombre del niño hacía pensar que Aminadab era natural de Toledo). Dios que se introduce en la historia de los hombres para redimirnos del pecado y de la muerte, historia que llega a su plenitud cuando la segunda persona de la Trinidad se encarna en las entrañas purísimas de María y nace en Belén.
Esta semana vamos a acompañar a María y a José en su viaje a Belén para cumplir con el edicto del censo. Puede ser quizás un viaje fatigoso y duro, pero, en tan divina compañía, llegará al gozoso día del nacimiento de Cristo. Hoy José estaría hablando con María de sus ancestros: Abraham, Farés, Naason, David, Roboam, Abías, Acaz, Salatiel, Aquim, Eleazar…, detrás de cada nombre una historia, distinta una de otra, pero todas encaminadas a preparar el gran día del Señor. José de la casa de David se presentaría orgulloso como el marido de María.
Hoy parece que Europa quiere ocultar sus raíces, no quiere tener genealogía, se quiere reconocer como bastarda, sin padre ni madre reconocida, haciendo de la Constitución europea la “prostitución europea”. Parece que quisiera vender veinte siglos de historia por menos de treinta monedas, ocultando el cristianismo como si fuesen sus vergüenzas, nacer sin genealogía como quien para ocultar su turbio pasado se alista a la legión extranjera y se convierte en mercenario de la historia. ¡Una barbaridad!.
También a nosotros nos puede pasar algo parecido: podemos querer renegar de nuestro pasado, no querer descubrir las acciones de Dios en nuestra vida y creer que todo es obra de nuestro esfuerzo, de nuestro bien hacer y de nuestra lucha constante, sin reparar en que -si eres realmente sincero-, todo es obra de la Gracia de Dios cuando has sabido permanecer fiel. No reniegues de tu pasado, da gracias a Dios por todos los dones que te ha dado, da gracias a Dios cuando has reconocido tu pecado y has sabido pedir perdón, da gracias a Dios por todo y siéntete orgulloso de tu historia, de la historia de Dios contigo.
Prepara el equipaje para acompañar a Maria embarazada, deja atrás todo lo que te pueda retrasar en el viaje, no sea que no llegues a Belén a tiempo para el nacimiento y acuérdate del destino de tu viaje: la ciudad de Belén, la ciudad de David, el pueblo de tus orígenes, de tu historia. A caminar.