Jeremías 23, 5-8; Sal 71,1-2.12-13.18-19; San Mateo 1, 18-24

Continuamos caminando hacia Belén acompañando a Santa María y a San José presintiendo con ellos la cercanía del Niño-Dios.
Ayer en la parroquia tuvimos una celebración de Navidad con los niños de catequesis, adelantándonos un poco en el ciclo litúrgico, y acabamos besando la imagen de Jesús del Belén. Una niña- remilgada ella-, decía mientras se acercaba: “¡Que asco! todos besando en el mismo sitio, esto no es higiénico…,”, haciendo caso omiso del purificador que limpiaba el lugar donde otros niños dejaban el cariño de su beso. Al llegar su turno hizo una especie de mueca propia de la niña de “El exorcista” y sin que sus labios rozasen la imagen exclamó: ¡Puaj!, y se retiró. Pobre niña, seguramente se llene la boca de golosinas fabricadas con todo tipo de residuos, muerda los lápices, juegue con el pintalabios de su madre y, dentro de unos años, el intercambiar fluidos le parecerá lo más estupendo del mundo pero ahora ha perdido la inocencia, se hace incapaz de hacer un acto de amor limpio y sencillo sin certificado de sanidad. Quizá también le pida un análisis clínico a su padre antes de darle un beso de buenas noches. Allá ella.
San José sí que sabe descubrir la belleza. Descubría en cada gesto de su esposa la grandeza del corazón enamorado y de la vida entregada a Dios. Por eso no cabía en su corazón la duda al conocer el estado de María. No la denunciaría como pecadora pública, no haría que la lapidasen en la plaza para salvaguardar su honor; no entendía pero sabía que María no actuaría nunca al margen de Dios. Cuando recibe la explicación del ángel no cabe margen de error, no podía esperar otra cosa aunque todos los datos le llevasen a pensar lo contrario. Por eso, no le importa “correr el riesgo” de llevarse a María a casa. El tesoro del corazón de María no podía estar mancillado y José lo sabía en el fondo de su corazón. San José nunca pensó en exclamar ¡puaj! ante Santa María y volverle el rostro.
Seguimos caminando con la Sagrada Familia hacia Belén. Métete en su conversación escucha atentamente y aprende lo que es la confianza en Dios, el superar las dificultades aunque a primera vista puedan parecer objetivas y que no dejan lugar a dudas. ¿Hablamos así de la Iglesia (nuestra madre), de nuestra fe, de Cristo, del amor a la verdad o (como la niña tonta) queremos que todo brille ante nuestros ojos y desconfiamos de acercarnos a la Iglesia si algo nos parece sucio o fuera de lugar?. El amor que Dios nos tiene es el mejor anti-bactericida, borra los pecados y no deja ni rastro de nuestras infidelidades y las de los demás. Acércate esta Navidad a la Iglesia como San José se acerca a María, con la confianza que nace del amor y de descubrir –por encima de “los datos objetivos”-, que no puedes ni quieres comprender tu casa (tu vida) sin la mejor mujer (la Iglesia).