Samuel 7, 1-5. 8b- 12. l4a. 16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 ; San Lucas 1, 67-79

Quedan pocas horas para que comencemos el tiempo de Navidad, los días de Adviento llegan a su fin y es la hora del silencio.
“María, Madre por excelencia, nos ayuda a comprender las palabras claves del misterio del nacimiento de su Hijo divino: “humildad, silencio, estupor, alegría”. Son palabras de Juan Pablo II para estas navidades.
Hemos caminado con María y con José estos últimos días de Adviento, hemos escuchado sus conversaciones, les hemos contado nuestras penas y alegrías, luchas y éxitos, fracasos y proyectos. Seguramente a veces nos hemos despistado de su camino y hemos vuelto a retomar sus pasos después de una sincera confesión y unos momentos de oración frente al Sagrario.
“Humildad, silencio, estupor, alegría”, mientras terminamos de colocar los últimos adornos, damos un “toque” especial a la cena y esperamos a la familia que se vaya reuniendo, dejemos resonar en nuestro corazón esas palabras: humildad, silencio, estupor, alegría.
Humildad pues nos visita “el sol que nace de lo alto” y lo hace desde un pesebre, donde se alimenta a las bestias, Él que será el alimento que lleva a la vida eterna. Sólo los ojos de María y José contemplarían ese momento crucial para la vida de la humanidad, para cada uno de nosotros.
Silencio pues no hay palabras que puedan definir el acontecimiento que esperamos. Ante la Palabra hecha carne sobran todas las demás palabras. “¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?”, desde luego que no, es Dios mismo quien se ha preparado esa casa, las entrañas purísimas de María y un cuerpo “a imagen y semejanza de Dios” que contiene en sí la salvación de los hombres.
Estupor ante el insondable misterio de la encarnación, asombro de hombres y ángeles ante Dios hecho niño, pasmo de toda la naturaleza que ha sido visitada por su Señor y creador. Si alguna vez perdemos la capacidad de asombro ante las acciones de Dios es que estamos enfermos del alma y habrá que acudir al médico de los cuerpos y las almas, al Espíritu Santo que ilumina nuestro entendimiento.
Y alegría, sin duda una de las palabras más repetidas en estos días y que nace de la humildad, del silencio del estupor ante “la entrañable misericordia de nuestro Dios”. “Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian”. La muerte y el pecado han sido vencidas en el silencio de un pesebre, preludio del silencio de la Cruz, ante los testigos que se van uniendo a contemplar el acontecimiento. También tú y yo tendremos que hacernos presentes mañana junto a la Sagrada Familia, pero hoy vamos a quedarnos humildemente y en silencio, asombrados ante la cercanía del Misterio. Tendremos la alegría de ayudar a la Virgen Madre a colocar cada detalle del portal- cada detalle de tu vida-, porque aunque te parezca poco importante, sin trascendencia, ayudará a que sea más cómodo ese lugar escogido por el “sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte”. Nos encontramos a medianoche.