San Juan 1, 1-4; Sal 96, 1-2. 5-6. 11-12 ; San Juan 20, 2-8

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos”. Si alguien podía haber dicho esas palabras con propiedad, no es otro que San Juan, apóstol y evangelista. Hoy es su fiesta, la fiesta del “discípulo amado” de Jesús. Ayer era el martirio de la sangre, el de Esteban. Hoy la Iglesia nos muestra la entrega en amor de un apóstol: Juan. De tal manera se sintió querido por Jesús que él mismo se dio ese título, y quiso mostrarnos en el Evangelio algunos de los momentos en que recibió esas delicadezas de cariño de Jesús. ¿Recuerdas esa escena entrañable de la Última Cena en donde el Apóstol descansa su cabeza en el pecho del Señor…? Sentirse querido por Dios, poder apoyarse plenamente en Él… ¿No te parece que puede ser algo más que una aspiración en ti? ¿No te parece que ha de ser la constatación de una realidad?

Pregúntate: ¿Y yo, cómo descanso en Dios? Porque quizá esa sea la respuesta a la pregunta: ¿Yo cómo amo a Dios? El hombre busca cada vez con más frecuencia experiencias fuertes que le suban la adrenalina para “sentirse vivo”. Por otro lado, la maquinaria del estrés y el activismo nos embarca en esa especie de inercia de ir, sin darnos cuenta, a donde van todos. Pero, ¿nos sentimos verdaderamente realizados en esas circunstancias? ¿Es ése nuestro descanso? ¿o nuestra aspiración de descansar es más bien no hacer nada? Descansemos en el Señor, volquemos nuestros sentimientos y nuestros afectos en Jesús. Que sientas en tu cabeza el latido de su corazón y le transmitas el tuyo, para que los dos corazones latan al unísono. Así empezarás a descansar, así empezaras, posiblemente, a amar de verdad.

Fíjate en algo muy concreto: cuando se habla de cosas “tan inútiles” como la oración, olvidamos la necesidad ineludible del corazón por encontrar su auténtico sosiego. Y eso lo encontramos en ese momento en el que las pasiones y las preocupaciones quedan en nada porque las depositamos en la fuente de la paz: Cristo.

¡Qué grandeza la de la liturgia que nos muestra en Navidad, cuando ya nos hemos acostumbrado a un Dios-Niño, la figura de un apóstol adolescente que aprende a querer con un alma limpia!

Juan aprendió después la lección que Dios empieza a dar en Belén: que Dios ama desde la sencillez y busca corazones libres y enamorados que quieran descansar en Él.

Fíjate en la Virgen, en el Portal nos muestra a su Hijo, ella que en la cruz, a través de Juan, nos recibiría como hijos. Pídele que te dé un alma limpia que sepa querer así. Y descansa, descansa en el Señor, sólo en Él encontrarás la verdadera paz, el verdadero sosiego.