San Juan 4,19-5,4; Sal 71, 1-2. 14 y 15bc. 17; san Lucas 4, 14-22a

Cuando el otro día vinieron los fontaneros a casa, no podía imaginarme que la obra de “El Escorial” iba a quedar en nada comparada con lo que debían hacer en el pequeño cuarto de baño. Y es que el quedarnos en las cosas de fuera, cuando en realidad lo que está podrido es lo de dentro, nos puede no sólo hacer perder el tiempo, sino poner el corazón en las cosas que, de una manera u otra, hay que cambiar o, simplemente, quedan inutilizadas.

Todo empieza por unas manchas que salen en la pared. Posteriormente, notas que la pintura del techo empieza a resquebrajarse, y avisas al presidente de la comunidad para ver si puede venir alguien del Seguro de la casa. Van pasando los días, y la cosa no cambia, mejor dicho, nadie viene a dar una solución. Al fin, después de tanto insistir, un fontanero se presenta y abre un boquete en el techo, y ¿qué descubres?: unas cuantas tuberías roídas por la herrumbre… y tienen que tirar toda la pared para el arreglo pertinente.

“Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”. Nos puede resultar fácil el escudarnos en las cosas que no vemos para actuar a nuestro antojo y que hacemos ordinariamente a la vista de todos. Me explico. Puedo suponer, y esto es lo normal, que las dichosas tuberías del desagüe funcionan estupendamente, y que incluso me olvide de ello para siempre (más bien hasta que llega la fatal avería), pero es extremadamente importante que cuide aquello con lo que habitualmente utilizo: la ducha, los grifos, el lavabo, etc. De la misma manera ocurre en el orden sobrenatural; decir que Dios es el sentido de mi vida significa que lo demuestro en mis acciones más cotidianas. Esto, sobre todo, se ve reflejado en las relaciones humanas. Puedo dedicarme a rezar horas, a ir todos los días a Misa, y tener todas las devociones particulares que quiera, pero si juzgo, murmuro o desprecio al que tengo al lado (mi vecino, mi compañero de trabajo, alguien de mi familia), mi vida con Dios es un engaño. “Quien ama a Dios, ame también a su hermano”, dice el apóstol San Juan; y esto, fundamentalmente, se realiza con el contacto diario en el que no busco mi propio interés, sino cómo puedo acercar a esa persona en concreto un poco más a Él.

Espero que en unos días la avería del cuarto de baño quede arreglada, pero mientras tanto hay que buscar otros remedios y, sobre todo, tener mucha paciencia. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Jesús anuncia lo esperado durante siglos por el pueblo de Israel; lo tienen ahí delante y da la impresión de que no se enteran; es más, será perseguido y criticado hasta que lo condenen a muerte. ¿Cómo actúa el Señor?: con paciencia. Primero con sus discípulos, y después con los miles de hombres, mujeres y niños que le siguieron. No le importa repetir las cosas las veces que se necesario, porque sabe que el Evangelio que anuncia es lo más sagrado que el ser humano va a recibir de Dios. Jesús no viene a dar su lección magistral y después marcharse, sino que entra en cada uno de los corazones que lo escuchan a Él, y les invita a imitarle.

También el 2004 que acaba de comenzar es un año de gracia para todos. Quizás sea el año definitivo para muchas cosas que aún nos quedan por hacer o cambiar. Sin embargo, Dios al que no vemos, espera de cada uno un propósito muy concreto con esa persona con la que te cuesta tanto reconciliarte. Y recuerda: si ves goteras en el techo, quizás la tubería del desagüe no funcione correctamente… Dios nos avisa, a veces, de esta manera.