Samuel 9, 1-4. 17-19; 10, la; Sal 20, 2–3. 4-5. 6-7 ; San Marcos 2, 13-17

Saúl sale de su casa a buscar unas burras extraviadas y regresa como rey de Israel. Ya podría volver triunfador de una batalla, como un gran sabio, descubridor de algún invento innovador, como gran empresario del mundo antiguo, descubridor, poeta o filósofo, pero…, fue a buscar unas burras y volvió como rey.
Así son los elegidos de Dios, no son los que el mundo aplaude, aclama, vitorea y luego- habitualmente-, olvida. son los que Él quiere para que le sirvan: “te basta mi gracia”. Es cierto que Dios da su gracia a quien la necesita y está dispuesto a ser fiel y a poner en juego su vida, pero la gracia de Dios basta para cumplir la misión encomendada. Conozco a algunos de los que ahora se llaman “Directores de Recursos Humanos” -(los RR.HH.)-, y me dicen que ciertamente no es una labor fácil. Saben que de su decisión depende el futuro de una persona y, en muchos casos, de una familia. Saben que les enseñan la “cara” que quieren ver y que, en la mayoría de los casos, se inflan los currículos y sólo el tiempo dirá de la dedicación y sabiduría de una persona para un cargo determinado. Saben que después de un tiempo de formación y de inversión en una persona puede marcharse a otra empresa y convertirse en la competencia, por lo que hay que pagar generosamente su fidelidad.
Pienso que si Dios se presentase a director de RR. HH. se le despediría enseguida, sería el hundimiento de la empresa en unos pocos meses. ¿Cómo actúa Dios con sus elegidos?, ¿cómo ha actuado Dios contigo y conmigo?, ¿cómo actuó con Saúl, Mateo, Pablo. Pedro, Ignacio, Teresa, Francisco, …?. Todos somos los elegidos de Dios: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, algo incompresible si no hacemos como San Mateo: “Se levantó y lo siguió”. A nuestro Señor no le hacen falta currículum-vitae para darnos su gracia y mostrarnos que somos sus elegidos, nos pide tan sólo la humildad de reconocerle y, por eso, quererle, y queriéndole, seguirle. Así, al seguirle nos conoceremos a nosotros mismos y percibiremos el amor que nos tiene.
Se ha puesto muy de moda la “autoestima”, es decir quererte porque sí. No es que sea nada malo, de hecho ayuda a muchos, pero, sinceramente, prefiero hablar de la “teoestima”, quiérete porque Dios te quiere, apréciate a ti mismo como aprecias al más pecador del mundo (pues Cristo murió por él y por ti), y aún sabiendo que en cualquier momento puedes fallar, “abandonar el primer amor” y convertirte en aquello que ahora más odias, siempre podrás volverte a tu Padre Dios en la confesión y saber que estás enfermo porque hay sanación para tu mal, te has caído pero puedes levantarte y volver a caminar, los demás (como a Leví, el de Alfeo) te juzgarán, pero Jesús tiene una palabra de aliento para ti. Quizá muchos piensen que has ido a buscar “burras perdidas” pero tú sabes que has encontrado la Salvación. María, madre mía, que nunca sea sordo a las palabras de cariño de Dios que- aunque exigentes-, me hacen ser yo, me hacen ser tuyo.