Samuel 15, 16-23; Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23 ; San Marcos 2, 18-22

Hace ya unos años, en esta misma semana de oración por la unidad de los cristianos, me tocó acompañar a un Pastor protestante hasta su casa. Por el camino hablamos de ecumenismo, cómo llevar a la plena comunión a las distintas Iglesias. Su respuesta fue bien clara y contundente: “Si queremos entendernos un día, yo tendré que intentar ser el mejor y más coherente protestante y tú el mejor y más coherente católico.”
Muchas veces se ha presentado el ecumenismo como una especie de pastiche de religiones para buscar “puntos comunes” que no molesten a nadie, a fin de cuentas “vino nuevo en odres viejos” y, al final, ni vino, ni odres, ni fe, ni Cristo, ni Iglesia, ni nada de nada. Podremos decir como Saúl (incluso con cierto tonillo de indignación): “¡Pero si he obedecido al Señor!”, si he renunciado a ciertas partes de la fe, si no he tenido en cuenta algunos aspectos de la moral, si he rebajado mi vida de hijo de Dios ha sido para “ofrecérselo en sacrificio al Señor, tu Dios”, para que no me tomasen por intolerante, para que les agradase más el seguimiento- aunque sea de lejos- de Cristo, para que a los demás les fuese más fácil seguir el evangelio (o por lo menos algunos trozos), para…(ponga aquí todas las excusas que se le ocurran). A Saúl le costó la corona, a muchos les ha costado la fe, queriendo remendar un roto han dejado “un roto peor”.
¿Cómo vas a trabajar hoy por la unidad de las Iglesias?. Procurando ser “el mejor y más coherente católico”, viviendo intensamente la fe que has recibido en el bautismo y sintiéndote íntimamente unido a tu madre la Iglesia, sin falsedades.
¿Quién no tiene hoy un teléfono móvil? (No he preguntado a quién le hace realmente falta que sería muy distinto). Pues bien, hace unos años, cuando no eran tan frecuentes y las llamadas eran caras, un hombre se paseaba por la estación de Santa Justa, arriba y abajo, hablando por su teléfono celular y alardeando con su pose de su preciada posesión. La conversación- paseo arriba, paseo abajo- duraba ya más de tres cuartos de hora cuando en el andén una mujer sufre un infarto. En seguida alguien reaccionó y se acercó al hombre del móvil en ristre para que llamase a una ambulancia. Cuál no sería la sorpresa de todos al descubrir que el teléfono que llevaba en la mano era de juguete y que era incapaz de comunicase con nadie. Vanidad de vanidades. Si quieres hacer algo por la unión de las iglesias no alardees de ecuménico, que seguramente se quede en nada, en un teléfono de juguete, siéntete orgulloso de tu fe, vívela con pasión, con fidelidad, reza más, entrégate más, ama más, únete más a María tu madre y madre de todos, que te vean alegre, generoso, optimista, que no haces “teologías en el aire” sino que vives lo que has aprendido en la Iglesia, con dificultades y con luchas, pero con la felicidad de la fidelidad. Entonces estarás haciendo algo realmente efectivo para la unión de todos los que creemos en Cristo.