Libro de los Reyes 10, 1-10; Sal 36, 5-6. 30-31. 39-40 ; San Marcos 7, 14-23

Hace unos años, cuando mi labor pastoral estaba en cuatro pueblos de la sierra, me dispuse a hacer con un montón de palés viejos, una sierra, un poco de cola y unos clavos una caseta para mi perro. En mi cabeza la idea estaba clarísima y era sencilla de realizar, aunque a la hora de la realización ninguna madera tenía la misma medida, los clavos se doblaban y la construcción tenía una curiosa tendencia a la horizontalidad. Mientras intentaba superar las dificultades técnicas en el pórtico de la Iglesia (que era mi taller al aire libre improvisado), una voz me dijo a mis espaldas: ¿Qué hace?. Me volví y me encontré con Jose (sin tilde, porque era tan pobre que no tenía ni para acentos), un mendigo de los pies a la cabeza. Tenía una edad indeterminada, barba descuidada de varios meses, dos abrigos a cual más raído en uno de cuyos bolsillos asomaba un cartón de vino, zapatos con más heridas que un gallo de pelea, una manta enrollada a la espalda a modo de mochila y sujeta con dos viejos cinturones y el color de la piel como el de una estrella de cine tras sus sesiones de rayos UVA, pero conseguidos en su caso por el sol y una pátina de suciedad a la que acompañaba ese olor acre y ácido del que sólo se lava con el agua de lluvia. Sin embargo, tenía una mirada clara, limpia, transparente que ahuyentaba el temor que pudiera ocasionar su lamentable aspecto. Me pidió pasar la noche en el pórtico de la Iglesia, lo cual acepté. Le conseguí un colchón, una manta nueva y él se ofreció para acabar la caseta del perro, entre otras muchas cosas había sido carpintero. Cenamos juntos, me contó su vida, sus estudios, sus trabajos y cómo tras arruinarse y perder su matrimonio decidió vagabundear y ahora así se encontraba feliz. Al día siguiente la caseta del perro estaba acabada, él siguió su camino y, habitualmente, una vez al año, venía a dormir al portalillo de la parroquia.
Ahora haz tú el comentario a las lecturas de hoy:“Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre”. “En sabiduría y riquezas superas todo lo que yo había oído”. “De dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. ¿Dedicas tanto tiempo- al menos-, para cuidar tu interior como en cuidar tu imagen exterior?. ¿Te molesta tanto un pecado, aunque no sea grave, como una mancha en tu mejor traje y tardas tan poco tiempo en limpiarla?. ¿Juzgas (o te juzgas) por las apariencias y no miras el corazón?.
Jose, el mendigo, debería asearse y asentarse en la vida, pero prefiero mil “Joses” con el corazón limpio y la mirada clara que una persona con una fachada imponente y olor a “Christian Dior” pero que ha dejado a su padre abandonado en una gasolinera. La Virgen nunca actúa desde fuera, si la dejas preparará tu interior para que allí puedas encontrar a Cristo.