Libro de los Reyes 11, 29-32; 12, 19; Sal 80, 10-11 ab. 12-13. 14-15 ; san Marcos 7, 31-37

“Effetá”, no se si pronuncio bien esta palabra pero me gusta cómo suena. A veces los sacerdotes realizamos los sacramentos con prisas o en grupos muy numerosos y nos saltamos esta parte del ritual del bautismo. A mí me gusta hacerlo y consiste en que al niño recién bautizado el sacerdote le toca con un dedo los oídos y la lengua- como sucede en el evangelio de hoy- para que Dios le “conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre” (éste es otro motivo para bautizar cuanto antes a los niños, cuando son más mayores, muerden).
Ignoro si será por saltarnos esta parte del ritual (que es opcional, no es que el que no lo haga lo esté haciendo mal), pero parece que en esta generación se nos ha quedado un nudo en la garganta y un tapón de cerumen en las orejas que nos impiden escuchar y transmitir la Palabra de Dios. “Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos”, desde luego no es nada original el no querer escuchar a Dios e incluso el no dejarle hablar. la humanidad parece que siempre lo ha intentado y siempre lo intentará con total falta de éxito. Cada día me encuentro con más personas que se dicen católicas, que acuden a la parroquia a “exigir” sacramentos, pero que niegan la existencia de un Dios personal, que cuando vas a sus casas y propones bendecir la mesa se ponen en la postura de los episcopalianos americanos (manos juntas, cabeza gacha, ojos cerrados) que han visto en la última película del Harrison Ford mientras esperan un discursito sobre la bondad de la familia y no una sencilla oración de acción de gracias, personas que ignoran qué es un sagrario y niños que a la hora de hacer la comunión siguen llamando al Cuerpo de Cristo “la pastillita”.
¡“Effetá”! habría que gritarles al oído, ¡Ábrete! habría que decirles mientras se les pasa un limpiador por la garganta (nota al margen: ¿Por qué no existe la palabra “desatascador”?, confieso mi ignorancia, yo creía que existía). Ese nudo en la garganta, ese tapón en los oídos es el pecado que quiere que no conozcas el amor de Dios, que vuelvas la espalda a la cruz donde pende tu Redentor, que intentes apagar las llamas del fuego que el Espíritu Santo pone en tu alma. Acuérdate de San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, esa pesadumbre que tienes en el corazón, esa penumbra que cubre tus ideales, esa tristeza que ocultas bajo estentóreas risotadas, saldrán de ti a la vez que tu pecado. Deja que el Señor te aparte un poco de la gente, comienza a hablar con quien te puede dar el perdón de Dios por medio de la Iglesia, deja que vayan fluyendo fuera de ti esos humores malolientes que te impiden conocer a Dios y entonces oirás, hablarás, serás feliz. Ponte en manos de la Virgen que es una estupenda auxiliar de otorrinolaringología (esta palabreja si que existe y mira que es fea, no es tan bonita como “desatascador”) y déjate curar por Jesucristo.