Santiago 2, 1-9; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7 ; San Marcos 8, 27-33

Dicen que la realidad es testaruda y, aunque hablamos de las lecturas de la Misa de hoy, no puedo zafarme de hablar del penalti en el último minuto del partido del Real Madrid y el Valencia. Pasan los días y se sigue comentando, algunos se siguen indignando e incluso se levantan las pasiones más desenfrenadas defendiendo la justicia o injusticia del punto marcado y la decisión arbitral.
Hace no mucho me explicaron la diferencia entre tema, problema y misterio. El gol del Madrid para la mayoría es un tema, hablamos de él, opinamos, discutimos incluso, pero no nos va la vida en ello, al cabo de un tiempo prudencial volvemos a nuestros quehaceres y seguimos trabajando y viviendo como si no hubiera ocurrido nada hasta la siguiente discusión. Sin embargo, para el árbitro es un problema: le afecta personalmente, se le juzga y puede ver perjudicadas sus futuras actuaciones; tiene que demostrar que no se equivocó en su decisión y seguramente le haya quitado el sueño algún día de éstos. Para Florentino Pérez me imagino que todo esto es un misterio, le afecta a su ya abultada cartera y al prestigio del equipo que preside, pero debe entender de fútbol tanto como yo, tendrá que hablar del penalti pero le tendrán que asesorar y, en el fondo, sabe que por mucho que le afecte nunca entenderá del todo lo sucedido.
Pero dejemos el fútbol y centrémonos en las lecturas de hoy. El apóstol Santiago es muy claro en su carta: “No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas”, “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?”. Para muchas personas religiosas e incluso teólogos los pobres son como el penalti famoso: un tema que hay que tratar. Se llenan libros de “teología de la pobreza” (que se venden bastante bien), se habla de la falta de compromiso de la Iglesia (como si ellos fueran otra cosa distinta) con los pobres, se critica- con ocasión o sin ella- cualquier frase, actuación, documento o acontecimiento, arrojando la pobreza a la cara de los demás, pero… es sólo un tema: cuando abandonan la discusión, la cátedra o la página web no les afecta y no están dispuestos a abandonar sus “privilegios”, sus prebendas o el prestigio alcanzado por su discurso “tan comprometido”, aunque no quieran ver a un pobre más que en dramáticas fotografías.
Para otros la pobreza es un problema, están hartos de discutir sobre el asunto y trabajan a favor de sus pobres. Pero claro, hay tantos que no se puede abarcar a todos y tienen sus “preferidos”, lo que lleva a hacer una clasificación de pobres y pobrezas y cada uno se queda con “la que mejor le cae”. Hay que valorar su trabajo y su vida aunque a veces existe el peligro de que, buscando justicia para algunos, se cometan injusticias con otros.
La pobreza creo que es un misterio, me supera y nunca entenderé que el pecado del hombre lleve a vivir tantas injusticias en el mundo entero, pero sé que en los pobres me encuentro con Cristo, que están llamados a la vida eterna, que Jesucristo, el Mesías (“¿Quién decís que soy?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”) vivió pobre y no sólo económicamente: “tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Por esto, aunque nunca podré solucionar la pobreza del mundo procuraré ver en cada persona a un hijo de Dios, no me fijaré en su “vestido o su anillo en el dedo”, intentaré “no juzgar con criterios malos” y pensar como Dios, no como Satanás.
No es sencillo todo esto y menos en un folio, pero cuando reces (con el corazón o con la vida, que la oración de la vida es la caridad) pídele a Santa María, pobre y humilde, que nunca “denigremos ese nombre tan hermoso que lleváis como apellido” y jamás “usemos” a los pobres sino que les sirvamos y amemos como a Cristo.