Jonás 3, 1 -10; Sal 50, 3-4. 12-13. 18-19; san Lucas 11, 29-32

Jonás debió de ser un personaje contradictorio. Por un lado, le vemos arrumbado por aquellos que le persiguen, y casi le pide a Dios que le quite la vida, pues se ve un profeta fracasado. Por otro lado, es capaz de cometer las hazañas más grandes, recorriendo la ciudad de Nínive, para convencer al propio rey sobre la necesidad de transformar su vida a base de saco y ceniza.

Sin embargo, creo que todos tenemos un poco de Jonás. ¡Cuántas veces nos hemos visto con ganas para “comernos” el mundo!… y, otras, casi vamos por la vida mendigando compasión y lástima, pues parece que todo se ha vuelto en contra nuestra. Y es que el término medio, del que es tan fácil predicar, no es algo de lo que podamos echar mano cuando más nos convenga… “es que es mi carácter”; “es que no me comprenden”; “es que van a por mí”; “es que no me consideran”… es que, es que, es que. El “es que” es la condición con la que justificamos nuestros deseos no cumplidos, pensando siempre, en definitiva, que somos merecedores de algo mejor.

Hemos olvidado, una vez más, que nuestros méritos no se adquieren por el mero voluntarismo, o por la búsqueda de una satisfacción personal. Hay algo mucho más grande, mucho más definitivo, y que ya ha sido alcanzado. ¡Fíjate!, Dios no ha puesto su mirada en ti por lo que valgas o por lo que tengas, simplemente te ha mirado… ¡y punto! Y la mirada de Dios es la misma que la de Cristo, cuando dirigiéndose a aquellos que le exigen un milagro para que demuestre su condición divina, les dice: “Esta generación es una generación perversa”. En un tono más amable, significaría: “¿Es que aún no os enteráis?”. Seguimos empeñados en lo externo, porque tenemos “durezas” en el corazón que nos impiden ver en el interior. Y ahí, precisamente, es donde habla Dios… y nos mira.

Por otro lado, cuando Jesús se pone en el lugar de Jonás en más de una ocasión, es porque, humanamente hablando también, sentiría admiración por él. Y es que leyendo la vida de ese profeta, a pesar de su continuos desvaríos y cambios de opinión, al final perseveró, que es, verdaderamente, lo que cuenta. Porque, cumplir la voluntad de Dios no es seguir una línea recta, matemáticamente ideal: para Dios, más que lo que tenemos, cuenta con lo que somos, que es algo bien distinto. Sólo nos queda, por tanto, fiarnos de Él; confiar, no en nuestras estrechas limitaciones, sino en Su inmenso poder. Y esto no se alcanza con vitaminas, ni con la varita mágica de “Harry Potter”, sino, de la misma manera que los habitantes de Nínive confiaron en la palabra de Jonás, nosotros nos fiamos de lo que nos dice Jesús.

Perdóname, pero no hay otro camino para la conversión a la que se nos invita en la Cuaresma. Si nuestros sacrificios y penitencias no van acompañados de volver, una y otra vez, nuestra mirada al rostro de Cristo, de poco nos servirá tanto esfuerzo. ¿No recuerdas a Marta, yendo de acá para allá, mientras María, su hermana, se dedicaba a mirar y a escuchar a Jesús?… “Ella ha elegido la mejor parte”, dirá el Señor a Marta. Nosotros también tenemos la misma oportunidad en cualquier momento del día… Creo que Jonás llegó a entenderlo, y ya al final le dio igual lo que otros pensaran. Se dejó “atravesar” por la mirada de Dios, y los respetos humanos quedaron sustituidos por cumplir Su voluntad en todo momento.