Daniel 9,4b-10; Sal 78, 8. 9. 11 y 13 ; san Lucas 6,36-38

Seguimos humillándonos, no te importe, tenemos motivos de sobra.”Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti”. ¿Hace cuánto que no sientes vergüenza?. Me imagino que la psicología me echará en cara el favorecer la vergüenza como un sentimiento positivo o el pensar que la culpabilidad- en bastantes casos- es positiva ya que los psicólogos modernos (es decir, desde mediados del siglo pasado) favorecen la autoestima, la huida de pensamientos “negativos” y el ocultar el sentimiento de culpa. Reconozco que suspendí dos veces psicología (lo que me obligó a estudiarla tres veces), pero aun así no me convenció del todo.
La autoestima. Cuántas horas oyendo hablar de la autoestima, cuántos libros publicados y con qué vocecilla de torno de convento, escuchar conferencias y consejos sobre aprender a quererse. Es muy útil para justificar conciencias, admitir actos y actitudes que nos incomodan “un poco”, pero cuando te encuentras con una vida que está en la basura, que objetivamente no tiene un agarradero donde cogerse, porque día tras día ha ido perdiendo a su familia, a sus amigos e incluso a sí mismo y que ha llegado a ser una sombra de su pasado, de nada me ha servido decirles que se quieran, pues no quisieran su estado ni para su peor enemigo. Esas personas no tienen que quererse, que “auto-estimarse”, lo que tienen que hacer es sentirse queridas no por lo que son sino por quién son. A lo mejor estás pensando en drogadictos terminales, en delincuentes peligrosos, mendigos crónicos y tienes razón, ni ellos pueden quererse en esa situación pero, no nos vayamos tan lejos, piensa en ti que yo ahora pensaré en mí.
Ya voy cumpliendo mis años (no demasiados), descubro vidas de personas que a mi edad ya habían descubierto claramente el amor de Dios, que habían entregado su vida sin reservas, que no buscaban fútiles compensaciones ni justificaciones baratas en “los tiempos”, “las modas” o “las situaciones”. No eran impecables pero descubrían el amor intenso y misericordioso de Dios. Por mi parte, tengo a Dios en mis manos y lo comulgo todos los días pero sigo “enganchado” a mi bienestar con repugnancia a la cruz, recibo el perdón de Dios y lo comunico en nombre de toda la Iglesia, pero sigo intentando robar de los demás prestigios o prebendas, he descubierto el tesoro de mi vocación sacerdotal pero sigo mendigando otros bienes que son males. ¿Cómo voy a estimar todo eso? ¿De qué manera me pondré de rodillas frente al crucifijo y le diré al Señor: “En el fondo me quiero”? Sólo me saldrá del corazón decirle: “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados… pues estamos agotados”. No es falta de autoestima ni complejo de culpa, es la realidad: Dios te quiere aunque seas pecador y te quiere santo, “nuestro Dios es compasivo y perdona”, no se enorgullece del pecado de sus hijos, pero seguimos siendo sus hijos.
Desde aquí pregúntate sinceramente: ¿A quién vas a condenar?, ¿A quién vas a juzgar? ¿A quién vas a medir? ¿A quién no vas a perdonar?. María, madre de los dolores, ayúdame a llorar un poco más y a “quererme” un poco menos.