Génesis 37, 3-4.12-13a. 17b-28 ; Sal 104, 16-17. 18-19. 20-21; san Mateo 21, 33-43.45-46

Los viernes son días penitenciales, especialmente los de Cuaresma. Es el día en que recordamos especialmente la cruz y el corazón traspasado de Cristo. La penitencia humilla, es la oración del cuerpo, de los sentidos, del estómago, de la vista. Es el día en que a uno le apetece especialmente un bocadillo de chorizo o hincarle el diente a ese jamón que te regaló alguien antes de la Cuaresma. ¡Una tontería!, dicen muchos, hay cosas mucho más importantes que esas niñerías.
Desengáñate, la vida está hecha de esas “tonterías” , de la fidelidad en lo pequeño, de meter a Cristo en cada asunto de tu vida. Piensa un poco y pregúntate: ¿Cuántas cosas excepcionales has hecho en la última semana?, ¿en qué situaciones a lo James Bond te has visto implicado en el último mes?. Me hacen gracia esas películas en que el protagonista pasa de ser un chiquito esmirriado y asquerosillo buscando venganza, a una especie de bestia parda del kárate, con bíceps hasta en las orejas, después de unas semanas de entrenamiento con un ancianito coreano. La vida se vive día a día y no se cambia de la noche a la mañana a no ser por un especialísimo don de Dios.
“Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”, así solucionan todos sus problemas, de un golpe. Si los labradores de la parábola en vez de dedicarse a matar a todos los criados que mandaba el dueño de la viña se hubieran dedicado a cuidar la viña, a procurar que diese más y mejores frutos, hubieran tenido de sobra para ellos y para su señor. Pero no, garrotazo en la nuca al criado, crucificar al hijo y a imaginar que se quedarían con la viña sin pensar que si no la cuidan sólo daría agrazones, incomestibles e inmaduros, y que sin el señor de la viña no podrían hacer nada.
Igual les ocurre a los hermanos de José, queriendo que su padre les tuviese más cariño (y tenía como buen padre cariño distinto a los hijos distintos), quieren matar al pequeño. Consiguieron un padre siempre triste y hambre en tiempos de sequía.
“Recordad las maravillas que hizo el Señor”. “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. No desprecies las pequeñas penitencias, pueden parecer “tonterías” y humillarte delante de aquellos que se consideran muy dueños de su vida, pero son las piedras que construyen las maravillas de Dios. Un día llegará el momento de la prueba, de la enfermedad, de la muerte, de la soledad, de la difamación o la calumnia y esas pequeñas penitencias se convertirán en muro fuerte contra el que se chocan todas las adversidades, contra el que rebotan todas las dificultades. No lo habrás construido tú, lo habrá hecho el Señor con la argamasa de esas “tonterías” que pones cariño en cumplir, con las piedras de esas humillaciones personales que nadie ve excepto tú, nuestra Madre la Virgen y Dios. Pruébalo, verás que vale la pena.