Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 ; Romanos 4, 13. 16-18. 22; san Mateo 1, 16. 18-21. 24a

A mis padres les gusta hacer puzles (o rompecabezas, como se prefiera), le gustaba a mi abuela y a mis tías, aunque por mi parte he descubierto que no se trasmite en los genes: soy incapaz de acabar las dos mil piezas que tengo encima de la mesa. Es curiosa la manía de los puzles de hacer que todas las piezas parezcan iguales, sin embargo, cuando encuentras la que buscabas, realmente encaja en su sitio y van formando figuras, formas y eso: lo que parecía un manchón negro se convierte en un ojo con su ceja, su nariz adyacente, perfectamente delimitas y diseñadas. Son esas piezas claves que dan sentido y sujetan a todas las que están alrededor y que, aunque se quedaban abandonadas en la esquina de la mesa, cuando las descubrimos colocamos nueve fichas de un tirón.
Algo así-con perdón por la comparación- es la figura de San José. Puede parecer una pieza olvidada o sin importancia. Tal vez, como en el puzle, haya veces que lo has tratado de una manera o de otra y parecía que no encajaba en ninguna parte en tu vida de fe. Pero hoy, en este tiempo de Cuaresma en que estamos quitando tantas cosas y “piezas de otro juego” que nos impedían la visión, vamos a mirar a San José, vamos a elevarle de categoría para que sea nuestro intercesor para que nuestra oración llegue, seguro, hasta Dios.
“Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”, así de simple y así de envidiable. Si esta mañana hubiéramos comenzado el día –tú y yo- pensando en primer lugar qué es lo que quiere el Señor hoy de nosotros, el día hubiera sido muy distinto. ¿En qué pensaría David cuando oyó la profecía de Natán: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza”?. Pensaría, seguramente, en un rey poderoso de una nación fuerte, en grandes conquistas, en formar él solo el grupo de los G8, en riquezas, comodidades, bendiciones,… pero si viese a su descendiente: un artesano que se casa con una mujer embarazada, que andará de acá para allá para empadronarse, huir de Herodes, trabajando humildemente, entonces David pensaría que Natán no había escuchado la palabra de Dios, sino que habría tenido una pesadilla tras un atracón de cordero. Sin embargo, “la promesa está asegurada” pues la pieza que da sentido a el plan de Dios no es el poder ni la prepotencia sino hacer en cada momento lo que hay que hacer, con cariño, con decisión, con valentía, sin buscar componendas o satisfacciones personales. Si colocas en tu vida a San José descubrirás que tiene sentido el día a día, cada momento en que haces lo que Dios quiere aunque te cueste trabajo, y que cada acto -que a lo mejor no hace ningún ruido y sólo tú y tu ángel de la guarda conocéis- tiene sones de eternidad. Por eso San José es el patrono de la buena muerte que acerca sin ruido al encuentro con Dios, y de los seminarios donde se tiene que aprender a dejar de ser uno mismo para reflejar solamente a Cristo. Coloca la pieza de San José en tu vida y verás la cantidad de piezas que empiezan a encajar, y María -siempre a su lado- colocará el resto.
¡Ah! y felicidades Padre Dios.