Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7 ; Corintios 5, 17-21; san Lucas 15, 1-3. 11-32

Jamás lo pensé, cuando conseguí un ordenador (computadora para Hispanoamérica), con un disco duro de 9,41 GB. pensé: “Esto no lo lleno en mi vida”. Aunque el transcurrir de los años, los nuevos sistemas operativos y programas más potentes me hicieron comprar un segundo disco duro de 40 GB. “Esto ya es eterno, volví a pensar, casi 50 GB., de aquí a la tumba y aún me quedará espacio libre en el disco para mis herederos”. Mientras escribo este comentario ha saltado la alarma que me indica que: “a su disco duro le queda poco espacio libre, libere espacio o no podrá seguir trabajando”, no sé si podré terminar el comentario de hoy, y lo más triste es que todos mis comentarios, trabajos, archivos, fotos, etc., los guardo en copias de seguridad y no en el disco, pero el trabajar con películas y la creación de DVDs ha convertido mi “eternidad de espacio en disco” de la que estaba tan orgulloso, en un rinconcito oscuro del cuarto de las escobas. Habrá que lanzarse con uno de 200 GB. aunque ya no confiaré en que no se llenan nunca.
Hemos superado el primer párrafo sin más avisos estúpidos del ordenador, así que vamos a lo nuestro. “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación”, hoy en muchas partes se celebra el día del seminario (¡qué tiempos aquellos en que sólo se llevaba la carga de nueve formadores y no de quince mil feligreses!), así que me permitirán que me centre en el sacerdocio. Al sacerdote se le está maltratando mucho últimamente, aparecen ante el mundo todas nuestras miserias, nuestras deficiencias y pecados. Nos meten a todos en el mismo saco de pederastas, reprimidos sexuales, dictadores, “fachorros”, autoritarios y anticuados y no me importa que nos traten así, pues unos y otros llevamos las cargas y sufrimientos de todos los hombres y especialmente de los hermanos sacerdotes y si todo el mundo hablase bien de nosotros sería que lo estaríamos haciendo muy mal. Pero a veces los sacerdotes nos podemos “achantar”, venirnos a menos, avergonzarnos de nuestro estado, no transmitir la alegría de nuestra vocación de entrega de la vida a la Iglesia por Cristo, de recibir el regalo de “el servicio de reconciliar”, de traer a Cristo al altar, de perdonar efectivamente en su nombre, de ayudar en la enfermedad y al bien morir, de proclamar su palabra y tantos momentos gozosos aunque sea cargando con la cruz propia y de los demás.
Desde que soy sacerdote me siento como mi disco duro, cada día que pasa, cada experiencia buena o mala, cada eucaristía celebrada mejor o peor, cada confesión que escucho aunque sea rutinaria, cada salmo del breviario, me va llenando y lo que parecía que ya era bastante para toda la vida te das cuenta de que Dios lo sobrepasa en el amor: cada día disfruto más –aunque nos insulten-, y noto con claridad que esta aventura divina no tiene límites que yo pueda poner porque el amor de Dios no tiene fronteras. Cada momento recibo ese aviso “disco duro lleno del amor de Dios” y voy quitando todo lo que no utilizo o me estorba para que esté sólo Él y con Él toda la humanidad a la que abraza como al hijo pródigo. ¿Tiempo para aburrirme?. Me falta tiempo para vivir más, para servir más, para entregarme más.
Si Dios te pide a ti, a tu hijo, a tu amigo, a tu hermano que se entregue como sacerdote, no pongas obstáculos, encontrarás la felicidad que nunca creías que podrías alcanzar, que tu disco duro también se queda pequeño. Santa María, madre de los sacerdotes, ayúdanos a caminar con la cabeza bien alta por la calle, pues esa cara que mostramos no tiene que ser la nuestra sino la de tu hijo Jesucristo, aunque sea el momento de mostrarse lacerado y magullado en lo alto de la cruz. Hoy una oración por todos los sacerdotes. Me voy al sagrario.