Isaías 49,8-15; Sal 144, 8-9. l3cd-14. 17-18; san Juan 5, 17-30
Muchos días, cuando voy de un templo a otro de la parroquia, me cruzo con grupos de gitanillos que juegan en la calle. Alguna vez me miran y preguntan: ¿Tú “erej” cura? Y tras la contestación afirmativa se despiden “adiós cura” y siguen sus juegos.
Un día uno de ellos, moreno como la “jet-set” marbellí, que no llevaba los moquillos colgando pues ya tenía un generoso muestrario en la camiseta y que ese día no tenía con quién jugar y sí ganas de conversación, me abordó y comenzó con la consabida pregunta: “¿tú “erej” cura?”. “¡Claro!”, le contesto y entonces –mientras daba vueltas mi alrededor y gesticulaba ampulosamente- me hace una pregunta para poner a prueba mis conocimientos (escasos, por cierto) de teología: “Si a ti te dan un cuchillo, “pá” donde apuntas, ¿pa´rriba o pa´bajo?”. “No sé –contesté desconcertado- espero que nunca me den un cuchillo, pero si es así me imagino que lo sujetaría hacia arriba, para no dañar a nadie”. “¡Hala, hala, hala, “er cura”! –contestó el chaval- pa´rriba no, que está Dios y si erej cura no querrás acuchillar a Dios, hay que tenel´lo pa´bajo, pal demoño, ca ese sí hay que acuchillal´lo”. El gitanillo estaba escandalizado de mi ignorancia y yo asombrado de la respuesta, así que le prometí que si alguna vez me daban un cuchillo lo mantendría hacia abajo, pero con cuidado de no hacer daño a nadie.
“Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios”. Estamos en Cuaresma, recordando nuestra iniciación cristiana, nuestro bautismo. Ese día tal vez lejano en el tiempo, pero actual día a día en que fuimos hechos –engendrados de nuevo- Hijos de Dios. Tal vez seamos hijos adoptivos pequeños, mocosos, ignorantes a los ojos de los sabios de este mundo, pero con el cariño inmenso del gitanillo en no ofender de ninguna manera a nuestro Padre Dios, de no poner ningún cuchillo “pa´rriba”.
¡Ser hijos!. “Os lo aseguro: el Hijo (con mayúsculas, la segunda persona de la Santísima Trinidad encarnada en las purísimas entrañas de María), no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre.” ¡Ser hijos!, sí, de adopción, pequeños, mocosos e ignorantes, pero: ¡hijos!. ¿Te das cuenta?. Tú y yo cuántas veces queremos enmendar la plana a Dios, emanciparnos de su amor, pensar que “me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”, como si fuésemos funcionarios, conocidos, primos terceros o yo qué se qué. Pero: ¡Somos hijos!. “¿es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no me olvidaré.”, te dice tu Padre Dios.
“Os aseguro …” oímos repetidamente en el Evangelio de hoy. Vamos a hacerle caso al Señor, vamos a callar tantas voces sin sentido que nos rodean, vamos a dar crédito al único que puede llenar nuestro corazón, nuestras ansias de vida, lo que somos, quienes somos.
“Os lo aseguro”, nos dirá también nuestra Madre del cielo, vale la pena dar la vida al Señor de la Vida, (volvemos a las mayúsculas), al único juez cuya sentencia será justísima e irrevocable. El cuchillo de mi lengua, de mis criterios, de mis prejuicios, de mis olvidos, de mis desprecios, de mi autosuficiencia, …, siempre “pa´bajo”, nunca “pa´rriba”, hacia Quien sé que me quiere.