Sabiduría 2, la. 12-22; Sal 33, 17-18. 19-20. 21 y 23; san Juan 7,1-2.10.25-30

Heidi –así no se llama, pero como es chinita y su nombre es impronunciable para nosotros y podríamos decir una blasfemia en lenguaje mandarín la conocemos así y responde- entró en el bar con su cargamento de Cds y DVDs perfectamente pirateados (hasta que intentas verlos) mientras mi coadjutor y yo nos tomábamos un cafecito. En una mesa cercana un chavalote de los que presumen de “machotes” (gafas de sol sobre la cabeza, camiseta sin mangas marcando pectorales y enseñando bíceps de gimnasio, moreno de horas de rayos uva) y rodeado de tres chicas que le escuchaban con cara de escepticismo o aburrimiento, pues me imagino que la conversación que acaparaba el “gachó” era monotema: él mismo. Heidi se acerca a la mesa de estos jóvenes llevando en primer lugar de los DVDs la película de la Pasión de Mel Gibson que se vende muy bien y los chinitos tienen muy buen ojo para estas cosas. Mientras una de las chicas ojeaba el resto de las películas nuestro machote particular coge “La Pasión” y comenta en voz bien alta: “¿Quién puede querer ver esto?. Da grima, todo lleno de sangre y para ver a un tío sufrir, es una salvajada. Hay que ser un fanático para que a alguien le guste tanta sangre y bestialidad”. Se quedo él tan satisfecho de su bravuconería y Heidi se quedó con su película aunque no entendió nada, pues en castellano sólo sabe contar hasta diez (lo que rebaja bastante los precios).
Esa tarde vi “Master & Commander”, preciosos barquitos, encantadores animalillos, idílicos paisajes, música encantadora, vísceras al aire, miembros amputados, heridas de todos los tamaños y variedad de formas, cuellos segados, plomo atravesando los cuerpos, en definitiva una “aventura épica”.
“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; (…) es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima.” Ahora comprendo la reacción del chavalote del bar, seguramente él no lo sepa pero conoce en el fondo de su corazón que la muerte de Cristo no es fruto de una reyerta, de una pelea, de una maldita casualidad; sabe que la muerte de Cristo es por él, por sus pecados, sabe que a Cristo lo recibió con alegría en su Primera Comunión, que el sacerdote cuando depositaba en su boca la Sagrada Forma era ese cuerpo al que veía deshecho en la carátula, que le había perdonado sus travesuras infantiles cuando recibió la absolución y escuchaba: “Yo te absuelvo” y era ese que veía destrozado ahora en un dibujo de la portada quien se lo había dicho. A veces el Señor se acerca “no abiertamente, sino a escondidas” y le descubrimos donde menos esperamos y, aunque nunca nos acostumbremos a encontrarnos la cruz (eso sí que sería una blasfemia) tenemos, como María, que ir conociendo los “secretos de Dios”, su amor que es inconmensurable, que nos “desarma” completamente.
Ese Cristo que ves en la cruz no es un desconocido, no es un recuadro de la sección de sucesos, no es “una cifra más”, es aquél que tanto conoces y que tanto te conoce, que tanto te quiere, que tanto ha hecho y hace por ti. ¿Lo despreciarás indiferente?