Génesis 17, 13-9; Sal 104, 4-5. 6-7. 8-9; san Juan 8,51-59

“Mantendré mi pacto contigo”. ¿No te has quejado alguna vez de aquello que un día te prometieron y, pasado el tiempo, nunca se cumplió? Aún recuerdo esa comedia americana (no me preguntes el título, pues no me acuerdo), en la que un militar, que se jactaba de pasarlo bien (cosa que compartía con sus subalternos), llevaba años comprometido con su novia y, cada año (pues habían sido muchos los intentos), al llegar la fecha de la boda, se le olvidaba ir a la iglesia para contraer matrimonio. Lo curioso es que la buena chica (otros la calificarían de “tonta del bote”), a pesar del desplante de su prometido, seguía confiando en su palabra, año tras año… Y os aseguro, tal como se mostraba en el film, que el susodicho militar daba la impresión de querer de verdad a su novia. ¿Olvido?, ¿indiferencia? ¿dejadez? Creo, más bien, que se trata de un mal universal que atañe a la propia condición humana. Nos dejamos seducir por las cosas que deseamos, siendo capaces de prometer lo que no podemos cumplir, sólo por lograr alcanzar ese objeto… o esa persona.

La Biblia nos dice que “sólo Dios cumple sus promesas”. Y toda la Sagrada Escritura está jalonada del “quiero y no puedo” de tantos hijos de Israel. Éstos, sin embargo, también somos tú y yo, que tenemos, cómo no, nuestras respectivas condecoraciones de lo no cumplido y, por otra parte, presumimos de ser personas de una sola pieza. Sólo la humildad nos lleva al reconocimiento de que Dios, verdaderamente, ha guardado su palabra en nuestra vida. Y sin necesidad de echar la vista atrás, hemos de reconocer todos esos momentos en los que hemos palpado la sugerencia de Dios para que cambiáramos un “poquito” (rezar un poco más, sonreír un poco más, criticar un poco menos…, pues en esto consistía la alianza que establecimos con Él), y, sin embargo, nos hemos “achantado” ante la más mínima contradicción.

Así pues, las promesas están tejidas de fidelidad y de lealtad. Estamos ante auténticas virtudes que hacen a la persona más humana y más veraz. Y como podemos observar, una vez más, no son cosas que se vean todos los días en nuestros ambientes; todo lo contrario, a veces el que sabe seducir con engaños y mentiras es considerado como alguien que “tendrá mucho futuro”.

“Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro”. Cuando el otro día, alguien me aseguraba que había perdido toda esperanza de confiar en la gente (debo de reconocer que los “palos” que ha recibido esta persona, son abundantes y dolorosos), le pregunté si sabía cuál era esa misma impresión de los demás con respecto a él. Por un momento se quedó un tanto desconcertado pero, posteriormente, con lágrimas en los ojos me dijo: “tiene razón… pocas veces he abierto mi corazón al que me pedía consuelo o compasión”. Este buen hombre besó un crucifijo que había sobre la mesa, y nos dimos un abrazo.

¡Se me olvidada!… en la película que aludía más arriba, al final, nuestro militar se casa con la chica. ¿No será, que a pesar de lo “malos” que podamos ser, siempre hay un destello de la bondad de Dios en cada uno de nosotros?