Jeremías 20,10-13; Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7; san Juan 10,31-42

Cuentan que esta primera generación del siglo XXI se denomina la del “Prozac”. Como sabéis, esta medicina no es otra cosa sino un ansiolítico que ha adquirido gran fama por la cantidad de gente que la consume por prescripción médica. Sin ánimo de señalarme, creo que una gran mayoría, de una manera u otra, sufrimos el fatídico síndrome de la ansiedad. Todos somos testigos de las “prisas” que tiene nuestra sociedad por “hacer cosas”. El problema, da la impresión, se encuentra en que ese ajetreo que busca, o bien estar a la última, o ver quién llega antes a descubrir lo más novedoso (aunque, como también hemos visto, muchos de esos progresos pueden inducirnos a actuar contra la propia condición humana: abortos, eutanasia, embriones…), no supone, en definitiva, un aporte a lo que el ser humano necesita. Y nos hemos convertido, más bien, en objeto curioso de estudio para algunos, prometiéndonos en un futuro no muy lejano (creo que esas promesas llevan siglos realizándose), una vida mucho más prolongada, y con un alto grado de bienestar. Y así, de la misma manera que nos jactamos de sacar a la luz miles de encuestas sobre las cosas más absurdas, habría que realizar la más importante, con una pregunta muy concreta: “Pero, ¿es usted verdaderamente feliz?”.

“Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis”. Gracias a Dios, la Cuaresma es un tiempo que nos hace colocarnos en el lugar adecuado. Contemplar la vida de Jesús, es descubrir que, aunque de manera distinta, existían otras ansiedades en los corazones de los hombres, y que no podían soportar la “desfachatez” de la verdad. Intentan matar al Señor porque se hace pasar por Dios. Y, ¿cuál es su respuesta?: que tú y yo estamos también llamados a ser dioses. ¡Qué maravilla!… Somos hijos en el Hijo. Hemos sido elevados a la condición divina por los méritos de Cristo, y aún queremos hacer más “cosas” para demostrarnos… ¿el qué? Que lo importante es recordar que sólo en Jesús nuestras ansias y nuestros agobios encuentran el sosiego y la paz definitivas. ¡Que sí!, que hay que trabajar, que hay que procurar el ejercicio del bien común en esta sociedad que nos toca vivir… pero, todo con el corazón puesto en la debida rectitud de intención: dar gloria a Dios, y que sólo Él brille ante los ojos del mundo.

“Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí”. Quiero suponer que, una vez más, el Señor se retira a un lugar apartado para orar. ¿No sería realmente admirable que cuando fuéramos a pedir la receta correspondiente del Prozac, nuestro médico nos extendiera un papel que rezara lo siguiente: “… y todos estos medicamentos han de estar bien condimentados con una buena dosis de oración y paciencia”. Sé que para muchos resulta difícil recuperar lo esencial, porque se trata de algo que no se percibe a través de los sentidos (mucho más fácil es sentarse delante del televisor, y pasar horas “tontas” ante él, pues creemos que así nos evadimos de nuestros problemas). Pero, tal y como nos decía el “zorro” en el hermoso cuento del “Principito”: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Sí, creo que es la hora de tomar los 20 mg. de Prozac, pero te aseguro que tengo más ganas de que lleguen las siete de la tarde, y así poder celebrar la Eucaristía, y pasar un buen rato con mi Dios… “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte”.