Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43; Sal 117, 1-2. l6ab-17. 22-23; Colosenses 3, 1-4; san Juan 20, 1-9

La vida no está libre de problemas, pesadumbres y situaciones que amenazan con quitarnos la paz. Estas contradicciones se pueden afrontar de diversas maneras, particularmente tras un primer movimiento de enfado o desolación pongo los medios posibles (humanos y divinos) para solucionarlos, hago algún comentario jocoso y al día siguiente continúo afrontando los problemas de ese día sin dejar que los pasados problemas sean una carga más en el caminar de mi vida. Perder la paz suele ser un problema muy relacionado con la soberbia y el orgullo que guardamos celosamente tras la losa de nuestro sepulcro íntimo y que no queremos abrir pues, como las hermanas de Lázaro, tenemos miedo a que “ya huela”. Tenemos a veces la manía de llenar nuestra vida de sepulcros, bien cerrados y sellados, y acabamos –como los reyes de España en el Monasterio de El Escorial-, del trono de la realeza de hijos de Dios a habitar en “el pudridero”, que es un nombre que por desagradable me hace gracia.
“María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.” Tal vez, a pesar de la luz que anoche rompió las tinieblas, sientas que sigues en la oscuridad, que no encuentras la paz, que tu alma sigue llena de sepulcros cerrados que guardan en su interior no el cuerpo de Cristo sino los cuerpos pútridos de tu soberbia, tu egoísmo, tu ira, tus envidias, … ¡Quita la losa!, anímate, no te dé miedo, descubre el feo rostro de todo lo que lleva a la muerte, y deja que Cristo resucitado airee esos rinconcillos de tu alma. ¡Quita esas losas!, con decisión, con fe y verás que, como los vampiros en las películas de serie B, esos monstruos que se esconden en las cavernas de tu alma se desvanecen al contemplar a Cristo resucitado, se vuelven polvo y ceniza, se quedan en nada. ¡Quita esas losas! y cuando las personas malvadas o las circunstancias quieran tocar tu orgullo encontrarán una cueva vacía, cuando te quieran herir en tu amor propio descubrirán un hueco vano, cuando te humillen tu soberbia habrá abandonado tu alma y sólo habrá sitio para el amor entrañable de Cristo resucitado que airea todo.
Un consejo, confía en la Iglesia “Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro” que te dirá que efectivamente los sepulcros de tus vanidades están vacíos, que lo que creías imposible, lo que no habías entendido, ha sucedido y tiene pleno sentido, que eres como Juan que “vio y creyó.”
¡Quita la losa!, “quitad la levadura vieja para ser una masa nueva”, “panes ázimos de la sinceridad y la verdad”, y encontrarás la paz, el mensaje tan repetido de Cristo resucitado, que nadie te podrá arrebatar pues tu vida ya no es tuya, ya no te perteneces, eres de Cristo. La Virgen sabe que, si te dejas, su hijo Jesucristo arrancará las losas de los sepulcros de tu alma y convertirá un cementerio en el paraíso donde el Espíritu Santo hará de ti testigo de la resurrección.