Hechos de los apóstoles 2, 36-41 ; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; san Juan 20, 11-18
Hace tiempo en una casa de ejercicios espirituales leía una tablilla de madera en la que alguien –se ve que en un momento de sensiblería religiosa- había escrito: “Lo efectivo es lo afectivo”. Es una de estas frases en las que el orden de los factores no altera el producto y que, bien entendida, puede ayudar a alguien a rezar (a mí sinceramente no, pero es a causa de mi brutalidad). Los afectos son muy importantes y muchas veces marcan nuestra actuación en la vida para el bien o para el mal (cuando tenemos “un arranque” de ternura o de ira), ¡ojalá el Señor me concediese más momentos de afectos en la oración!, pero no hay que confundirla con la sensiblería.
“¿Por qué lloras?”, dos veces se le pregunta a María Magdalena en el evangelio de hoy. María no se queda en la desolación, en la tristeza, en la desesperanza sino que pone todos los medios para superar ese momento de desconcierto: “dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Entonces el Señor le llama por su nombre y María reconoce el Señor resucitado.
¿Por qué lloras? La pascua se prepara con los cuarenta días de cuaresma, hemos podido sentir afectos, dolor de los pecados, vergüenza de nuestra vida. Seguro que hemos empezado a poner los medios: una buena confesión de nuestros pecados, aumentar nuestra oración y nuestra mortificación, hacer que se inflame nuestra caridad. Ahora continúa perseverando, sigue poniendo los medios que necesites y pronto descubrirás al Señor que está a tu lado. Lo efectivo es poner los medios, buscar, dedicar tiempo, preguntar a Jesús, como los judíos a Pedro: “¿Qué tenemos que hacer?, y hacerlo. Lo afectivo llegará, pero no lo busques. No pidas recompensas al Señor, no quieras ser “especial” si no haces lo que tienes que hacer.
En algunas ocasiones he visto llorar a jóvenes o menos jóvenes cuando los has enfrentado con la maldad y fealdad de su pecado, haciendo un juego de palabras podríamos decir que derramaban tal cantidad de lágrimas que la Magdalena se quedaría convertida en un polvorón, pero por mucho que lloraban eran incapaces de decidirse a tomar una determinación en su vida: abandonar a ese amante, dejar de tratar a ese hombre casado, hablar seriamente con su novio, dejar de ir al Bingo, no merodear por esos lugares de riesgo para su alma… Entonces se podrán tener todos los afectos del mundo, conseguir el don de lágrimas pero nunca se encontrarán con Cristo, se quedarán con su pecado y con su angustia, serán incapaces de responder a la pregunta ¿Por qué lloras? Pues en el fondo no se creen que Cristo ha resucitado, que todo se ha hecho nuevo.
“Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”, espérala tú y a la vez “escapa de esta generación perversa”, no tengas miedo a poner los medios necesarios, porque aunque te parezca que vas a perder “la vida” te vas a encontrar con la Vida (con mayúsculas). Busca a un buen sacerdote que quiera que seas santo y déjate aconsejar con la ayuda del Espíritu Santo, no tengas miedo a romper con la vida anterior y con la compañía de la Virgen también tú dirás cara a cara: “¡Rabboní!, que significa: “¡Maestro!”.