Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a; san Juan 21, 1-14

Cuando me ordené diácono no era lo más frecuente que los sacerdotes vistiesen con alzacuellos, en mi arciprestazgo sólo un religioso mayor lo llevaba y sólo pensar que tenía que vestir destacándome de los demás, daba bastante corte. Como me conozco, un poco antes de ordenarme le pedí al entonces Cardenal de Madrid que me diese motivos para llevar el alzacuellos y -a la vez-, que me lo mandase, así cuando se metiesen conmigo yo podría echarle la culpa al “jefe” (lo que también le comenté al Cardenal y le pareció muy bien cargar con “la culpa” del “integrismo devorador que nos asolaba y el distanciamiento entre fieles y clero que nos remontaba a pasados decimonónicos”).
Al principio piensas que todo el mundo te mira y la primera vez que monté en “metro” y me encontré en un vagón con dos punkies, otros con más pendientes que Marujita Díaz en sus mejores tiempos, una ancianilla en chándal fluorescente y zapatos de tacón y el único vestido “normal” que roncaba placidamente en su asiento, me di cuenta que te miran tanto como a una farola.
“Se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de los sumos sacerdotes”, o sea, la “crème de la crème”, esos sí que tendrían la mirada torva, llena de odio y rencor pues Pedro y Juan les echaban en cara su pecado (y eso suele doler): “Quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos” y eso tras pasar una noche en la cárcel que no debía ser una “suite”.
“Si quieres encontrar la fuente, deberás ir contra corriente”, esta idea que el Papa expresa bellísimamente en sus poesías de “Tríptico Romano” y ha repetido esta Pascua a los jóvenes, es hoy completamente actual y necesaria. Ir contra corriente no se hace exclusivamente con un alzacuellos, con un asistir a Misa de forma casi furtiva, con defender la doctrina de la Iglesia solamente entre “los convencidos”. Ir contracorriente significa experimentar la alegría de Pedro y los Apóstoles al encontrarse con Cristo resucitado, reconocer a Dios como el amor de tu vida, saber que para los demás tal vez seas un loco, como locos son los que se entregan sin guardarse nada para sí y son capaces de arrastrar una red muy pesada para los músculos, pero liviana para el enamorado. Ir contracorriente es vivir sin “complejo de tirilla”, sin complejo de “catolicón”, de “buenecito” o “santurrón” (siempre en el sentido más peyorativo e insultante de estas palabras), pues el único que esperas que mire tus obras es Cristo y será el único juicio que de verdad te importe.
“Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. No me digas que no sabes cuándo haces algo por tus “complejos” o por Cristo. Lo sabes, fíate de tu corazón y de la Iglesia.
“Gózate y alégrate, Virgen María” pues Tú, madre mía, sabes de quién te has fiado. Gózate y alégrate tú también, vive sin complejos, ve contracorriente, camina con Cristo.