Hechos de los apóstoles 5, 17-26 ; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 ; san Juan 3, 16-21

Ya alguna vez he comentado que la psicología no es mi fuerte, aunque cada día compruebo que el dicho que decía un amigo mío: “A ningún loco le da por ir a Misa”, es bastante falso. Cada día encuentro en catequesis a más niños a quienes los padres quieren llevar al psicólogo animados por el último programa de radio o televisión que han oído. A veces te lo presentan y en vez de decir lo típico: “mi niño es un sol, es la alegría de mi vida, el rey de la casa, etc. …” te dicen: “este es Gustavito y es hiperactivo.” El pobre niño suele ser un poco inquieto y, sobre todo, algo falto de cariño y, cuando lo tratas un poco a fondo, desearías que la mitad de su grupo de catequesis fuera “hiperactivo” pues tardan tres cuartos de hora en colorear una lámina, son como un batallón de pequeños “zoombies” con la lengua fuera con menos empuje que un triciclo eléctrico.
“Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo”. Gracias a Dios el Espíritu Santo hizo algo “hiperactivos” a los Apóstoles, hombres con arrojo, con ganas, con sangre, menos mal que en aquel momento se contentaban con azotarlos y mandarlos a la cárcel, pero no los mandaban a una sesión de psiquiatría porque habrían apagado al mismo Espíritu. Hiperactivos en buen plan, capaces de hacer cosas, de hacer muchas cosas. No están los tiempos para dormirse, para esperar que sean otros los que hagan las cosas, otros los que sean los testigos de Cristo resucitado, otros los que vivan “íntegramente este modo de vida”, otros los que manifiesten que “sus obras están hechas según Dios”.
Cada día estoy más convencido de que el que más cosas hace es al que más cosas se le pueden pedir. Al “hiperactivo”, en el buen sentido de la palabra, se le complicará la vida pero tendrá tiempo para todo, surgirán quince mil imprevistos, pero será capaz de abarcarlos todos, a veces tal vez surja algún pequeño mal gesto pero rectificará la intención y seguirá adelante.
Sin embargo cada día me encuentro más “hipoactivos”, parecen perfeccionistas, tardan horas en hacer una cosa sencilla que normalmente dejan sin terminar, andan siempre preocupados, es decir ocupados en cosas previas que nunca llegan a realizar. No se les puede pedir nada pues siempre están tan imbuidos en pensamientos sobre lo que van a hacer que, al final, lo dejan para otro día. Son como Felipe, el personaje de Mafalda, que después de colgar en su habitación un cartel que rezaba: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, lo miraba orgulloso y sentenciaba: “Mañana mismo comienzo.” Si los Apóstoles hubieran sopesado tan humanamente sus actos todavía estarían discutiendo sobre quién abría la puerta de cenáculo. Los “hipoactivos” parece que tienen miedo a equivocarse y por eso no hacen nada, “detesta la luz y no se acerca a la luz para no verse acusados por sus obras”, o por su falta de obras.
Coloca al principio del día tu rato de oración, pon otros momentos a lo largo del día para comentarle a tu Padre Dios lo que estás haciendo y verás como te conviertes en un “hiperactivo” bueno, y ni la cárcel, ni el juicio de los otros, ni las contrariedades, ni los imprevistos o los inoportunos te quitarán las fuerzas para hacer las cosas según Dios.
Y si te equivocas por hacerlo, rectifica humildemente, pídele ayuda a la Virgen y vuelve a comenzar. Más vale desandar un trozo de camino que no comenzar nunca a andar.