Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52; Sal 99, 2. 3. 5 ; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; San Juan 10, 27-30

Siempre me ha llamado la atención la manera con que trata el Nuevo Testamento a determinado tipo de personajes, como las viudas, la gente distinguida, las vírgenes, etc. Que existiera un ministerio exclusivamente para la atención de las viudas no deja de tener “su cosa”, ya que se trataba de gente necesitada de un cuidado especial. El trato que se les da en la lectura de los Hechos de hoy, parece tener más bien un sentido peyorativo: “Los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron del territorio”. Serían las equivalentes a lo que hoy llamaríamos “beatas”. Hay también una antigua expresión, ya en tiempos de san Francisco de Asís, que dice lo siguiente: “De la misma manera que un católico que se convierta a los ‘cátaros’ (conocida herejía que asegura que la creación del hombre es obra del principio del mal), es improbable que vuelva al catolicismo; el vino, una vez convertido en vinagre, resulta imposible que vuelva a ser vino” (y cada uno lo aplique como más convenga).

Siempre corremos el peligro de que, en aras de una moralidad mal entendida, exijamos a los demás lo que, en absoluto, corresponde a la condición humana. ¡Qué importante es respetar la naturaleza de las cosas! Y es que lo de la “paja en el ojo ajeno” puede convertirnos en seres “raros”, que confunden la perfección con el “perfeccionismo”. Tú yo hemos nacido con muchas cualidades, y podemos desarrollar muchas virtudes, pero es importante recordar que estamos hechos de “una pasta” llena de limitaciones. Y ese compuesto necesita de su correspondiente “cocción a fuego lento”, que se traduce en: renuncias, sacrificios… y, sobre todo, en admirar lo bueno que hay en los demás. Este desprendimiento es de los más difíciles, porque significa ver a Dios, no como algo que “hemos hecho” conforme a algo imaginario, sino que se ha encarnado para asumir nuestra debilidad. Y, esto, más que compresión, es vivir la misericordia como Dios la ejerce: desde el amor sin condiciones.

“Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero”. Este tipo de “triunfalismos” nada tienen que ver con los que vemos en la televisión o los periódicos. Se trata de algo que viene exclusivamente del corazón de Dios: “Él enjugará las lágrimas de sus ojos”. Antes que desanimarnos (un buen amigo emplea otro término: “descorazonador”; quizás por verlo como algo irrealizable), nos ha de ayudar a vivir con más gratitud todo lo bueno que recibimos, y, en vez de escandalizarnos por lo que otros hacen, dar gracias a Dios por el bien que tantos hacen, y del que podemos aprender.

“Yo y el Padre somos uno”. Pido a nuestra Madre la Virgen, en este mes de mayo, que sepamos entender el sentido de la “unidad en la diversidad”, porque lo maravilloso de nuestra fe es que tenemos un solo Señor, que nos ha enseñado a vivir lo que Él, desde la eternidad, experimenta sin límite alguno: que amar es posible, a pesar de que cada uno tengamos nuestra propia personalidad (debemos recordar que Dios es uno en esencia, pero existen tres Personas verdaderamente distintas). María nos lo enseñó desde el silencio de su generosidad… y no creo que murmurara, ni sintiera envidia alguna, hacia la “gente distinguida”, ni llamara a ninguna “beata”.