Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121, 1-2. 4-5; san Juan 15, 1-8

Hoy es San Pancracio, santo muy popular al que se le atribuye la suerte en los juegos de azar. Hace años un amigo me contaba que su madre, que tiene una frutería, estaba preocupadísima con este santo. Habían comprado una imagen entre las amigas, a la vez que se preocupaban de comprar un décimo de lotería cada semana, pero parecía que el santo hacía oídos sordos, semana tras semana, a sus ruegos y súplicas. Las asiduas de la lotería tenían sus discusiones sobre la sordera del santo: unas decían que había que ponerle al lado perejil fresco todos los días, otras mantenían que había que dejar el mismo racimo de perejil toda la semana, algunas –con las mismas disputas sobre el perejil fresco o intocable-, defendían el dejar el décimo debajo del santo, ponerle mirando a la pared el día que no tocase, colocarle una moneda de cinco duros (¡qué tiempos los de la peseta!), en el dedo extendido del glorioso intercesor, y una infinidad de variantes sobre el mismo tema. La madre de mi amigo decidió consultar a su hijo sacerdote que debía ser experto en el tema de la devoción a San Pancracio (Si no, ¿qué tonterías estudiaban en el seminario?), a lo que el hijo respondió: “Madre, si a San Pancracio le martirizaron en los juegos romanos. ¿Le hará gracia que le hagáis patrono de los juegos?.” Ignoro si tocó alguna vez la lotería en la frutería pero creo que dejaron de dar vueltas a la imagen de San Pancracio.
El perejil (el de san Pancracio no esa “estúpida roca”) es como la circuncisión para san Pablo: por muchas vueltas que le des un trozo de pellejo no te hace santo. “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante: porque sin mí no podéis hacer nada.” Ésa es la esencia de ser cristiano, permanecer en Cristo y Cristo en nosotros. A veces se plantean dentro de los que formamos la Iglesia discusiones interminables sobre la espiritualidad, las formas de rezar, cuánto tiempo de oración hay que hacer, cada cuánto hay que confesarse, procesiones sí, procesiones no, volver al cristianismo primitivo, estar con los tiempos, y un largo etcétera de discusiones, la mayoría de las veces estériles. ¿Qué importará si rezas de pie, de rodillas, sentado, tumbado en el suelo o con un ramillete de perejil en la oreja si te unes a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia?.
Cuando falta oración uno empieza a preocuparse de los pellejitos y se embarca en discusiones estériles y sin sentido. Cuando alguien se une a Cristo se alegra de que sean muchos los que conozcan al Señor, da alegría descubrir que hay frutos de santidad (tengan la espiritualidad que tengan), que cada día van más a “celebrar el nombre del Señor.”
Pruebas, incomprensiones, desprecios, dudas, noches oscuras del alma,… no nos faltarán, Dios sabe podar cualquier atisbo de soberbia en sus hijos, pero los que crean discusiones y divisiones dentro de la única vid, que es Cristo, por cuestiones tan banales como dónde “poner el perejil” o si sobra o falta un trocito de pellejo, más valdría que, como a San Pancracio cuando no premiaba el décimo, se pusiese de cara a la pared hasta que descubriese la maravilla de la variedad de frutos que se da unido a Cristo. Mejor un rato contra la pared que no que te recojan, “te echen al fuego, y ardas.”
María, madre buena que cuidas de la viña de tu Hijo y no dejas que se llene de parásitos o enfermedades que desvirtúan el fruto, acompaña siempre a la Iglesia.