Hechos de los apóstoles 17,15.22-18,1; Sal 148,1-2.11-12.13.14; san Juan 16,12-15

Seguimos la cuenta atrás, sólo quedan tres días para la boda real. En Madrid hemos inaugurado iluminación de los edificios y monumentos más emblemáticos de la capital. Es una iluminación colorista, de tonos pastel, suave y “delicada.” Se ha conseguido que la Puerta de Alcalá se convierta en un pedazo del pastel nupcial torpemente abandonado en la calle, la estatua de Neptuno ha dejado de “tirar los tejos” a la Cibeles para transformarse en un “Drag-Queen” nocturno y discotequero. Para gustos están los colores, pero desde luego se ha conseguido trastocar la dureza de la piedra, del granito, de los mármoles y alabastros, en inmensas moles de nata y fresa.
“Al Dios desconocido” la inscripción que Pablo se encuentra en Atenas podríamos colocarla en muchas casas y corazones de nuestro tiempo. Muchos acuden a la Iglesia para bautizos, primeras comuniones, bodas o funerales, pero desconocen completamente a Dios, no les influye en su vida, no lo celebran ni quieren conocerlo en profundidad. San Pablo hace un discurso precioso, cita a los poetas griegos, domina la locuacidad y los argumentos que se aplican en el discurso griego. Como catequesis la estructura es perfecta: parte de un hecho de experiencia conocido por sus oyentes, les cita argumentos conocidos (“¡somos estirpe suya!”) y les anuncia a Cristo: “nos ha dado la prueba de esto resucitándolo de entre los muertos.” Podríamos esperar que los atenienses, hombres cultos y que sabían escuchar, cayesen rendidos a los pies de Pablo pidiéndole el bautismo, pero “unos se lo tomaban a broma” y otros esperan para oír esas historias en otra ocasión.
¿Qué le ocurrió a San Pablo para fracasar de esa manera? Pienso que estaba tan preocupado en mostrar la belleza de su discurso, en convencer con argumentos humanos y evitar todo aquello que pudiese ser motivo de escándalo, que se olvidó de anunciar la cruz. Hizo tal “pasteleo” que se olvidó de que, al igual que la imagen de la plaza de Cibeles es de duro granito y por muchas luces de colores que le pongamos la piedra no se ablanda, el mensaje de Cristo pasa por la cruz: “escándalo para los judíos, necedad para los paganos, pero fuerza de Dios y sabiduría de Dios.”
A veces podemos tener la tentación de edulcorar el mensaje cristiano, de hacerlo más blandito y facilón. Olvidamos en nuestra predicación y en nuestras conversaciones las exigencias de la vida cristiana, de “escoger” lo más bonito y tranquilizador, espigando el Evangelio y la doctrina cristiana guiándonos por nuestros criterios y no dejando que sea “el Espíritu de la Verdad, (que) os guiará hasta la verdad plena.”
San Pablo aprendió la lección: “Sólo me precio de saber una cosa, a Cristo y éste crucificado.” Tú y yo no podemos “iluminar” la doctrina de Cristo para que parezca un inmenso pastel de bodas pues, más bien a la corta que a la larga, el dulce empalaga, harta y da dolor de estómago. Anuncia a Cristo y su Iglesia en la totalidad de su mensaje, sin rebajar la exigencia de heroísmo cristiano, y entonces nos sentiremos cautivados por Cristo, dejaremos que el Espíritu Santo entre completamente en nuestra vida que será totalmente suya.
Ni a su Madre, nuestra querida Madre del cielo, se le evitó estar al pie de la cruz, nosotros tampoco queremos huir del Gólgota ni desfigurar la vida de nuestro Salvador.