libro de los Reyes 21, 17-29; Sal 50, 3-4. 5-6a. 11 y 16 ; san Mateo 5, 43-48

Ayer por la mañana fui al hospital “La Paz” a visitar a unos padres y a su criaturita recién nacida. Curioso nombre el de este hospital cuando para llegar al parking hay que cruzar más obstáculos, escuchar más toques de sirena y avanzar y retroceder más veces que en el desembarco de Normandía. Tenía que subir a la decimotercera planta y los ascensores principales estaban averiados. Los que estaban en funcionamiento tenían puesto al máximo el sensor de “sobrepeso” y en cuanto entrábamos cuatro gorditos o cinco delgaditos se negaba a funcionar. Cada vez que tuve que subir me fijé que todos, según introducían el pie en el ascensor, mirábamos el piloto rojo que alertaba del exceso de peso. Si conseguías entrar y la luz roja permanecía apagada: ¡prueba superada!. Si se encendía había que señalar a alguien (habitualmente el último en entrar) para que abandonara el ascensor.
“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” La perfección en cristiano se mide por la capacidad de amar. En la vida me he encontrado con gente que no hace cosas malas, lleva una vida que se podría considerar hasta virtuosa. No son grandes pecadores, es más, evitan cualquier pecado público o semipúblico y se escandalizan con la “desvergüenza” reinante en muchos ambientes. Pero, en el “ascensor de su alma” se ha encendido la luz del sobrepeso y son incapaces de subir más arriba. Han dejado entrar en la cabina de su corazón la desconfianza, la falta de amor. Hay personas que actúan bien exclusivamente “por sí mismas,” por salvar su alma, pero no por amor a los demás en Jesucristo. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian.” No basta con decir: “yo no tengo enemigos” y permanecer indiferente con las personas que Dios pone en nuestro camino. Seguramente nuestro intentar ser fieles a Cristo moleste en los ambientes donde nos movemos, y no te extrañe si hay personas a las que caes mal o incomodas por tu coherencia de vida. Eso no es signo de ser “mal cristiano,” es una oportunidad de demostrar el amor incondicional de Dios por todos -“justos e injustos”-, que se manifestará en tu especial delicadeza con ellos.
Hoy en Madrid celebramos la dedicación de la Iglesia Catedral. En los templos pueden entrar todos, justos y pecadores. Tal vez hoy muchos den vueltas sin ton ni son, contemplando las piedras, imágenes y esculturas. Simplemente atravesando una puerta se encontrarán con el sagrario y dentro el Señor, Jesús Eucaristía, que está esperando a los buenos y a los malos, a los incrédulos y a los fervorosos, a los ardientes y a los indiferentes, a los santos y a los apóstatas. Y a cada uno lo espera para darle todo su amor entregado en la cumbre del Calvario, para que, como Ajab, cambie de vida y participe, un poco más, del amor del corazón de Jesús.
Pídele a la Virgen María que organice tu “ascensor interior,” que saque el sobrepeso de esa falta de amor, de esa “calculada frialdad” y se introduzca Ella que te ayudará a subir no a la planta 13, sino hasta el cielo.
Por cierto, el niño es tan feo como todos los recién nacidos y los padres felices.