Ezequiel 34, 11-16; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 ; san Pablo a los Romanos 5, 5b- 11; san Lucas 15, 3-7
¿Qué narices hago con un niño de unos tres años que no encuentra a su madre? Es una pregunta estúpida y que jamás me la plantearía como “situación de ficción” hasta que el otro día me ocurrió. Estaba tan feliz en mi casa, dispuesto a irme a comer con mis padres cuando llaman al portero automático y unas madres, que tienen a sus hijos en catequesis me dicen que han encontrado a una criaturita de unos dos o tres años cruzando solo por las calles. A cada pregunta el niño sólo decía: “Mama” ¿Sabes dónde vives? “Mamá” ¿Cómo te llamas? “Mamá” ¿Vas a la guardería? “Mamá” Así que allí estaba yo, con las madres de otros niños y un pequeño enano que sólo decía “Mamá.” Suerte que descubrí que entre darle unos caramelos y dejar que arrasase las flores de la entrada de la parroquia se puede criar a un niño. Mientras el infante hacía montoncitos con las flores arrancadas llamé a la policía municipal pues me harían falta muchos más caramelos y parterres si quería que cumpliese los dieciocho años. La policía tardó pero llegó. El niño respondió a su interrogatorio con el consabido “mamá” (este chico sabía guardar un secreto, no tenía precio para espía). Al final la policía decidió dar una vuelta por el barrio y preguntar a los extranjeros que encontrase (se veía que el niño no era español) y pudo localizar a la madre antes de que acabase con la tercera planta de margaritas. La madre no estaba muy afectada, “es que se me escapa de casa,” dijo con la misma emoción que quien cuenta que se le escapado un eructo en una barbacoa. Por fin la policía siguió su ronda, la madre se llevó a su hijo, las otras mujeres se fueron a hacer la comida a su casa y yo me fui a comprar margaritas.
Hoy es el Sagrado Corazón, las lecturas nos hablan del amor entrañable de Dios. “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” Dios no se acostumbra a que nos perdamos, a que nos olvidemos de Él, a que queramos vivir al margen del amor de Dios. Su amor es efectivo, nos ama con todo el corazón. “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro.” Jesús no lleva una estadística de pecadores, nos conoce a cada uno, nos busca, nos da una y otra oportunidad de encontrarle, grita nuestro nombre, llegará hasta lo alto de la cruz para ver si nos divisa. Aunque nos empeñemos en ser sus enemigos y escaparnos de casa “Cristo murió por nosotros.”
Hoy es un día para gozar del amor de Dios, de ese corazón que sufre y se alegra con nuestros pecados y con nuestra “vuelta a casa.” Hoy “ponemos nuestro orgullo en Dios por nuestro Señor Jesucristo por el que ahora hemos recibido la reconciliación.” ¿Cómo puede haber personas que digan que el seguir a Cristo es inhumano? ¿Acaso nunca han sentido en su vida las caricias de Dios? ¿No se han encontrado perdidos y han oído la voz de Cristo que les buscaba impaciente?
No, el cristiano no es inhumano, es profundamente humano pues vive del amor de Dios Padre, del amor –real y palpable-, del corazón enamorado de Cristo que nos quiere a cada uno, por muy malos que queramos ser, del amor del Espíritu Santo que se “derrama en nuestros corazones” llenándolo completamente.
Cada cristiano, por mucho que ame a los demás, no es sino un débil reflejo del amor de Dios. Por eso podríamos decir a nuestros amigos, compañeros de trabajo, vecinos y familia:¡Felicitadme! ¡Sé que Dios me ama!.
María supo amar como Dios nos ama, pídele que te de unas clases.