Amós 7, 10-17; Sal 18, 8. 9. 10. 11 ; san Mateo 9, 1-8

“No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos”. La sinceridad es una virtud que nos hace vivir en la realidad. Cuando el profeta Amós hace ver cuál es su origen, nos está dando a entender que es Dios quien actúa en él a pesar de su pobre condición. La sinceridad también nos evita innumerables problemas. El drama ya no es que podamos engañar a nuestro prójimo, sino que lleguemos a engañarnos a nosotros mismos. Vivir en la mentira es apartarnos del fin al que estamos llamados. Presentarnos ante los demás tal y como somos es reconocer nuestra propia dignidad. No son nuestros méritos los que nos hacen valer ante el mundo, sino la obra que Dios realiza en nosotros si le dejamos actuar.

He visto a gente muy sencilla con una sabiduría que no han alcanzado en las universidades, ni en los estrechos círculos de un intelectualismo para iniciados. Son gentes empapadas de sinceridad, porque viven abiertas al reconocimiento de la bondad de Dios. En alguna ocasión, y llevado por un celo excesivamente paternalista, he recibido más de una lección de personas que me han hablado de Dios mejor que cualquier predicación. Tal vez esa lección haya consistido en una mirada, un comportamiento… o un silencio. Semejante elocuencia sólo es posible cuando no hay nada que esconder.

“Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos”. Por supuesto que es importante la doctrina y conocer las raíces de nuestra fe. Necesario es dar razón de lo que creemos mediante una lectura adecuada y un estudio elemental de los misterios que profesamos. Pero no hemos de olvidar que la verdad es algo muy sencillo, tan simple como que Dios es espíritu puro, y no se anda con complicaciones materialistas. ¿Hemos, por tanto, de despreciar lo que somos: nuestro cuerpo, nuestra educación, etc.? Por supuesto que no. Pero siempre es bueno recordar que la auténtica perfección no consiste en acumular cosas, sino en dejarse traspasar por la luz de la sencillez. Los artificios, tanto en el hablar como en los gestos, por ejemplo, lo que nos hace es demostrar a los demás que carecemos de lo esencial.

“¿Por qué pensáis mal?”. El mentiroso piensa mal de los demás. “Cree el ladrón que todos son de su condición”. El que es sincero, en cambio, acepta sus propios errores, y comprende la debilidad de la condición humana. Luchará por rectificar, pero no se obsesionará en un perfeccionismo absurdo. A Jesucristo le “repugnaba” la hipocresía, porque es la peor de las maneras de vivir en la mentira. La doblez y el engaño nos hacen apartarnos de lo genuino y lo veraz. En cambio, aquel que es ingenuo cara a Dios, y se asombra de las maravillas que Él realiza en los hombres, será capaz de vivir con optimismo y esperanza.

La criatura más sencilla de la creación es la Virgen María. Por eso su sabiduría es más perfecta que cualquier otra. María es maestra de los sencillos y humildes de corazón. Acogernos a su protección es entrar, definitivamente, en el corazón amabilísimo de Dios, y abrazar la misericordia que derrama sobre todos los hombres.