Isaías 66, 10-14c ; Sal 65, 1-3a. 4-5. 16 y 20 ; an Pablo a los Gálatas 6, 14-18; san Lucas 10, 1-9

Acabo de volver de Sevilla. No sé si es la mejor época del año para pasar unos días en una ciudad tan hermosa. Un sacerdote amigo, sevillano de pro afincado en Madrid, se empeña en afirmar que el calor es psicológico (el frío curiosamente no). Creo que un día en su ciudad natal, superando generosamente los cuarenta grados centígrados, con un apagón que te obliga a subir a un sexto piso andando y, una vez que llegas dejando un reguero de sudor como un caracol baboso, sólo puedes contemplar el flamante aparato de aire acondicionado que se negaba a funcionar sin electricidad. Se pongan como se pongan ¡eso no es psicológico!.
“La mies es abundante y los obreros pocos.” A veces un cierto triunfalismo, o un sentido de “orgullo de terruño”, nos puede hacer pensar que vivimos en un mundo en el que ya se ha anunciado lo suficientemente a Cristo. En nuestras calles encontramos iglesias, nos cruzamos con sacerdotes, sigue habiendo montones de bautizos, primeras comuniones y bodas. Las personas celebran los funerales por sus seres queridos y –quien más, quien menos-, lleva un crucifijo en el cuello o en la oreja. La urgencia de anunciar a Cristo nos puede parecer un problema como el calor: psicológico pero no real.
Así como quien piensa que el calor es sólo psicológico y sale a pasear por Sevilla a las cuatro de la tarde tiene todas las posibilidades de sufrir un “golpe de calor,” quien piensa que ya se ha anunciado bastante a Cristo tiene todas las posibilidades de no ponerse nunca en camino, de dejar la tarea “a otros.” Siempre pensará que le faltan cualidades, virtudes, bondad suficiente, inteligencia, dotes personales,… cien mil excusas, pero: “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.”
“En adelante que nadie me venga con molestias.” San Pablo no se anda con tonterías (circuncisión o incircuncisión), no pone excusas al mandato de Cristo: “¡Poneos en camino!” y anuncia a Cristo a tiempo y a destiempo. Sus únicos dones: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (…) yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.”
Como San Pablo nosotros no podemos andarnos con tonterías, con remilgos, con excusas. ¿Qué no tienes cualidades? Confía en el Señor y como los setenta y dos (menuda “reala” debía llevar nuestro Señor alrededor) volverás muy contento. Cristo te necesita a ti (no a tu madre, ni a tu tía, ni al vecino del quinto), ¡a ti!. Mucha muchísima gente no conoce a Cristo o conoce un garabato de nuestro Señor, no hay razones para pensar que no te necesita a ti, que “prescinde de tus servicios”, o que ya está todo hecho.
Pídele al “Dueño de la mies” que te enseñe el trabajo que tienes que realizar y si se te vienen encima tus pecados, tu falta de preparación o tu “indignidad” ponte en los brazos de María, “como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” y te darás cuenta que no es problema de psicólogos, sino de testigos: y tú puedes serlo por la gracia de Dios.