Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101, 13-14 y 15.16-18. 19-21 ; san Mateo 11, 28-30

Hay temporadas en que cuesta hacer las cosas, ponerse en marcha, se está especialmente “espeso”. Podemos buscar todas la excusas que queramos (el calor, el frío, las preocupaciones, la falta de tiempo, las interrupciones inoportunas…), en definitiva: excusas.
Estos días en que ya mucha gente de la parroquia se ha ido de vacaciones y las actividades están en ese “parón estival,” recibo cada día unas cuantas noticias de personas que sufren: enfermedades, muertes, abandonos, divorcios, rupturas de novios. Ante esto no puedes extender una receta y decirle que se le curará con el tiempo y un buen régimen de comidas. Tienes que escuchar, dedicar tiempo a cada persona -a veces horas-, sabiendo que no vas a conseguir ningún resultado inmediato. Mis planes se truncan y tengo que cambiar mis horarios, aplazar las tareas pendientes, dejar el descanso para otro día. Será que el Señor nos quiere ahí y no voy a ponerle límite de horarios al Espíritu Santo.
Lo cierto es que oír tantos problemas a veces te agobia. A veces pensamos que tenemos que tener respuesta para todo y nos convertimos en seudopsicólogos como si nosotros fuésemos el garante de la paz del alma. “Como la preñada. Cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz… viento.” A veces tengo miedo a convertirme en un “dador” de consejos, de “técnicas,” de “recursos” y que se llegue a cumplir aquél refrán; “Consejos vendo, y para mí no tengo.”
Después de enfrentarme, ya unas cuantas veces, con la muerte de seres queridos, con la enfermedad, con la injusticia he decidido no aceptar “técnicas,” huir como de la peste de los libros de “autoayuda” o de pensar –como quien mira los toros desde la barrera-, que los demás son “muy blandos.”
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados.” ¿Cómo no va a entender el Señor que nos cansemos? Él, cansado, se sentó en el pozo antes de llegar la Samaritana, le cansaba la tozudez de escribas y fariseos y, agobiado, le pedía a su Padre que pasase de Él el cáliz de la pasión. El Señor comprende que nos cansemos, comprende que haya momentos en que digamos: “¡Ya está bien!” y que nos de más acidez de estómago el sonido del teléfono que una ensalada de pimientos de Morrón.
¿Cansados? Sí. ¿Agobiados? Por supuesto. ¿Abandonados o desesperados? Jamás. “… y yo os aliviaré.” Ésa es la única respuesta que puedo dar en muchos casos. Acércate a Cristo o, al menos, deja que Cristo se acerque a ti. Cada problema, cada agobio que te llegue, ponlo en los brazos de Cristo y descubrirás que “el yugo es llevadero y la carga ligera.” No es un consejo, es una realidad que vivo a diario. El sagrario y la patena no son muy grandes, pero caben todas esas personas con todos esos problemas y tristezas. Cuando procuro vivir así se descubre que se tienen fuerzas para todo y que nada nos agobia (“Nada te turbe, nada te espante” que decía Santa Teresa) y cuando llegas a la cama, cansado del todo, uno de tus últimos pensamientos es: “Señor, mañana más” y te duermes tranquilamente.
María llevó en sus brazos a Cristo niño y lo cogió en ellos muerto bajo el peso de nuestros pecados. Ella te enseñará que no hay ninguna “carga” que no puedas soportar pues es Cristo quien realmente la lleva.