Ezequiel 37, 1-14; Sal 106, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 ; san Mateo 22, 34-40

Muchas veces son los padres los que vienen a buscar la partida de bautismo de los novios que están preparando su expediente matrimonial. Suelen llegar a la hora justa en que no hay despacho parroquial, pero los atendemos de todas maneras. Mientras rellenas la partida los jubilosos padres –en un derroche de simpatía-, te intentan explicar el día del bautizo como si yo hubiera estado presente. Al darles el documento les suelo desear que su hijo (o hija), se case bien y sea feliz y entonces suelen contestar con la dichosa frasecita: “ A ver si hay suerte. Que con los tiempos que corren ya se sabe, se casan y a los tres días cada uno por su lado.” Y te lo dicen con la alegría de quien constata un hecho casi seguro y se alegra de su conocimiento de la naturaleza humana. Pero… ¿qué me han pedido? Una partida de bautismo o un boleto de la Lotería Primitiva. ¿Cómo pueden los padres esbozar una sonrisa mientras afirman que no saben si su hijo (o hija) sabe amar y se casa por verdadero amor que siempre apunta a la eternidad?. ¡Y encima se ríen!. ¿Qué le han enseñado a sus hijos? ¿Cuánto han hablado con ellos? ¿Serían capaces de poner la mano en el fuego por ellos o cuando tengan el primer problema les dirán: “Ya lo veía venir”?.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. (…) Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Si la confianza de los padres en el amor humano de su hijos es lo más parecido a una partida de ruleta rusa (pero con cinco balas en el cargador), ¿cómo les habrán enseñado el amor a Dios?. Cualquier día, cuando en un bautizo pregunte a los padres de la criatura (o criaturo): “¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el evangelio?”, se me acercará el padre llorando de risa, me dará unas palmaditas en el hombro y me dirá: “Pero qué iluso es usted. ¿No sabe cómo están los tiempos?”
Es posible educar en el amor y enseñar a amar. Aunque el mundo de los sentimientos parezca un valle lleno de huesos, sin vida y oliendo a podredumbre, el Señor puede decirte, te dice: “Conjura al espíritu, conjura, hombre mortal, y di al espíritu: Así dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan.” Enseñar que el amor humano es reflejo del amor divino que se entrega hasta el final, hasta la cruz, hasta las últimas consecuencias es tan necesario como siempre. No se puede intentar poner un gigantesco preservativo al corazón humano para que nunca se vea “infectado” de “esa locura del amor” y evite las consecuencias de la verdadera entrega y, cuando sea necesario, volver a empezar con “otra pareja.”
“¿No sabe en qué tiempos vivimos?” Sí, lo sé, vivimos en el tiempo de la misericordia de Dios. Se palpa el amor de Dios en medio de la ingratitud de los hombres, se toca la fidelidad de Dios entre las infidelidades humanas, se nota la entrega sin reservas de Dios cuando la falta de entrega de los hombres es más palpable. El amor de Dios no es un boleto de la lotería, es conocer, acercarse, tratar y vivir junto a Cristo y si destierras de tu corazón la desconfianza, tendrás al mejor maestro del amor divino y humano.
Santa María sabe amar, pídele a ella –que sabe que tú eres también capaz de amar sin reservas, corran los tiempos que corran-, que te enseñe a amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser,” y a los demás por Dios.