san Pablo a los Corintios 4, 6b-15 ; Sal 144, 17-18. 19-20. 21 ; san Lucas 6, 1-5

“¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado?”. ¡Cuánto nos cuesta ponernos en el sitio que nos corresponde! No se trata de herir ningún tipo de sensibilidad, pero a veces nos comportamos como esos niños que responden ante la mínima contradicción: “¡Pues ahora no juego!”… y se van a casa llorando. Nuestros lloros, sin embargo, suelen ser más amargos. Sin llegar a exteriorizarse en muchas ocasiones, van minando interiormente la paz que creíamos tener asegurada. Es una desazón que nos hace vulnerables ante la menor crítica u opinión ajena a la nuestra. “¡Tantos años luchando para llegar a ser alguien!”… y volvemos a rumiar lo injusta que es la gente ante nuestra posición. Pero, ¿quién te crees que eres? Lo que tienes, incluso lo que nadie conoce que posees, en absoluto es tuyo. No es éste un alegato contra la propiedad privada, ni mucho menos intimidar la conciencia personal. Se trata de poner las cartas sobre la mesa, respondiendo con franqueza a qué damos verdadero valor: ¿quizás al dinero?, ¿tal vez a las influencias?, ¿la acumulación de poder?, ¿podría ser la fama?…

San Pablo, aquel apóstol al que se le manifestó el mismo Jesucristo para anunciar el Evangelio al mundo entero, responde con una cierta ironía ante aquellos que buscan un sitio de favor. Algunos de los primeros cristianos (ya se ve que en cualquier tiempo “cuecen las mismas habas”) van buscando su propio partido, establecen sus preferencias, o animan a otros a definirse con criterios exclusivamente humanos. La respuesta del Apóstol es contundente: “Nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad, y así hasta el día de hoy”. Sólo les bastaría añadir un “¿y qué?”, como dando a entender la manera de perder el tiempo que empleamos en tanta tontería, y en tanta vanidad callejera.

Ayer me hablaba un amigo del “buen talante” con que se gastan algunos políticos en el Ayuntamiento de su pueblo. En beneficio del interés general, se han empeñado en poner todo tipo de obstáculos para la celebración de la Patrona del lugar, la Virgen de la Soledad. Algún que otro concejal, empeñado en proteger el medio ambiente y el orden urbano, ha creído conveniente disminuir la posibilidad de acceso hasta la Ermita, donde llega la procesión con la imagen de la Virgen. Por supuesto, todo esto va contra del deseo de la mayoría de la población, pero a favor de “otras” libertades (supongo que de los que suscriben semejantes ordenanzas). De esta manera, la libertad religiosa resulta ser un impedimento político de primera magnitud, porque lo que cuentan son los fines exclusivamente partidistas (aunque no exista mayoría). A todo esto lo llamaría (perdón por la expresión), “idiotez ilustrada”.

A veces a uno le entra la tentación de pensar que vivimos en un país de “tontos”. Ponemos obstáculos para la construcción de una vía de ferrocarril, porque justo en ese sitio un tipo de águila, que se encuentra en peligro de extinción, “pone” allí sus huevos. Sin embargo, nadie ve con malos ojos que cada vez prolifere con más “fervor” cualquier método abortivo, porque hay que defender los derechos de la mujer. ¿Es que nos han de obligar a tomar partido por la insensatez y la mentira? ¡Por favor, basta ya de tanto desprecio por lo poco que queda de dignidad en el ser humano!

La hipocresía de los que perseguían a Jesús obligaba a muchos a tomar partido. Es cierto que el Señor tenía respuesta para todos, y a muchos calló por su sola autoridad, que no era fruto de un ejercicio despótico de poder, sino del ejercicio del más elemental sentido común, que ya se ve tiene que ver mucho con Dios. Pero también resulta triste ver que, aquellos que vitorearon y agasajaron a Cristo, después tomaron partido junto a aquellos que le condenaron y le llevaron a la Cruz.

Lo que nunca podemos hacer tú y yo es presumir de lo que tenemos o somos. Lo que hoy es una bendición para muchos, mañana puede ser todo lo contrario. Por eso, el corazón ha de estar siempre ahí, junto a Jesús, aunque te desagraden sus llagas y su rostro malherido. Aprende de la Virgen, y besa con ella cada una de las heridas de su Hijo. ¡Qué buen “partido” sacaremos entonces!, porque habremos sido vencidos por y para el Amor.