Corintios 11, 17-26. 33; Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 17 ; san Lucas 7, 1-10

“Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho”. Lo que nos cuenta hoy el Evangelio es, realmente, atrayente y capta nuestra atención desde el primer momento. El Señor va caminando y, de pronto, lo para el centurión, bueno, sus enviados que es como si fuera el centurión mismo. Le ruega al Señor que “fuera a curar a su criado”. Y es curiosa la intervención de los judíos, antes de que el Señor diga si lo va a curar o no, que le piden al Señor que interceda por este buen centurión; desean que atienda su súplica porque “merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga”.

En los tiempos que corren, este Evangelio de la Misa de hoy nos viene de maravilla para –es lo que debemos hacer siempre con la vida de Cristo— meditar cómo debemos de comportarnos con los que son de otra religión, de otra raza, de otro extracto social. Es increíble que estén pidiendo al Señor que le haga ese favor a éste romano, es decir, al opresor, al dominador, al que tiene subyugado al pueblo. ¿Cuál es la razón? porque era bueno. Lo podemos decir de otro modo: porque tenía corazón –“porque tiene afecto a nuestro pueblo”- para decirlo tal como lo dicen los judíos. Un afecto que no es de palabras melosas o sentimentaloides para ganarse una estima, lo que hoy llamaríamos “votos”. No. No es así. El amor se demuestra con obras. Y aquí la palabra obras tiene el sentido más exacto del término: les construye una obra, una sinagoga: “nos ha construido una sinagoga”. Que es como si le estuvieran diciendo al Señor: fíjate si es bueno, y nos quiere que hasta nos ha construido un sitio para rezar a nuestro Dios, y eso que él cree en otras cosas.

Una vez más viene a nuestra cabeza aquellas palabras que el Papa en Cuatro Vientos, Madrid, nos decía a los españoles y a los hombres del mundo entero: no hemos de imponer sino de convencer. Ayudar a todos, querer a todos. No si se nos pide ayuda para obras objetiva o intrínsecamente malas, pues eso iría contra el querer de Dios. Pero ayudar a rezar, colaborar a que nuestros corazones encuentren el camino para hablar con Dios, ahí deben encontrar siempre a un cristiano dispuesto a echar una mano, que colabora con el prójimo.

Y ahí están efectivamente tantos hombres y mujeres, que este verano seguro habrán estado ayudando a través de iniciativas parroquiales, de instituciones de la Iglesia, y también de otros organismos, que habrán estado realizando obras, a veces de forma física, y otras –no menos importantes— de caridad: una caricia, una limosna, una sonrisa, la curación de una herida, enseñar a leer, limpiar a un anciano o darle de comer. Si tú este verano has utilizado también tu tiempo libre para estas cosas, y lo has hecho por amor a los demás –como éste centurión—y, por Dios, porque eres cristiano, te pasará lo mismo que nos cuenta el Evangelio que, Jesús, al oír esto, “se fue con ellos”. También Jesús se irá contigo… estará en tus obras.