Amos 8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8 ; Timoteo 2, 1-8; san Lucas 16, 1-13

“Querido hermano: Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos” Esta es la recomendación que para este domingo nos propone la Iglesia de la mano de san Pablo. El texto es clarísimo y pide, en esencia, rezar por los que nos gobierna. Al leer esto hoy, hay que preguntarse ¿rezo yo habitualmente por los que gobiernan mi patria, mi comunidad, mi ayuntamiento? No tiene que ver el signo político que tengan. Sí importa el modo más o menos cristiano que tengan de solucionar los problemas de la sociedad, de los seres humanos que van a recibir sus leyes. Pero cuando menos cristianos sean los gobernantes del país, más –no menos—tendremos que rezar.
Existe una reacción natural que es la contraria: cuando más se oponen los gobernantes a lo religioso, por ejemplo, si se oponen a las clases de religión, lo primero que puede venir a nuestra mente es el insulto, la descalificación. Esa reacción por ser primaria sería disculpable…los tres primeros minutos; pero no se puede mantener y, hay, además que pedirle a Dios que nos ayude incluso –como se hace en las olimpiadas—“a mejorar la marca”, a bajar los minutos en los que no vivamos la caridad con el prójimo. En esa olimpiada sí que debemos participar todos y, seguro que nos animaría a ello San Pablo que ejemplos nos pone también de correr en la carrera y llevarse el galardón.
Esto que estamos ahora considerando no es equivalente a que llamemos bueno a lo que es malo.
Una cosa es respetar al gobernante que se comporta inmoralmente, abusando de su poder para poner leyes que vayan en contra de la voluntad de Dios, esto es, contra el cristianismo, la Iglesia en cuanto depositaria de esas verdades –no es lícito (no para la Iglesia, sino para Dios, si lo es para la Iglesia es porque lo es para Dios) las leyes a favor del aborto, de las relaciones homosexuales (no hablemos ya de “matrimonios”), el fomento de la promiscuidad sexual (facilitar píldoras del día después, por ejemplo), etc, y otra cosa es luchar contra las medidas que esos gobernantes dan e inducen al ser humanos a alejarse del bien común y de la ley de Dios: contra esto segundo, cada cristiano tiene la responsabilidad de actuar, cada uno desde su posición, –si es político desde su parlamento, si es periodista desde su medio de comunicación, si es padre, explicando a sus hijos, etc—sin violencias, pero con claridad y con todas sus fuerzas.
Al decir “todas sus fuerzas” insisto que nunca el cristiano deberá asociar estas “fuerzas” con armas o violencias físicas o verbales, sino, con aquellos medios legítimos, legales que tiene a su alcance, siendo el primero de todos la “fuerza de la oración y el sacrificio”, y luego, escribir, manifestarse, etc.
Y ¿sabéis porque hemos de elevar oraciones, plegarias y súplicas como te decía nos pedía San Pablo por nuestros gobernantes, pues él mismo nos contesta a continuación “para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro”. Y añade algo San Pablo que no deja de ser atrevido sino lo miráramos con los ojos de la fe, porque: “eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.