Eclesiastés 3, 1 -11; Sal 143, la y 2abc. 3-4 ; san Lucas 9, 18-22

Acabo de leer el principio del Evangelio de la Misa de hoy y me ha venido, casi como una tentación, pensar lo difícil que puede ser hacer oración: “Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos…”.
Es curiosa esta distinción que hace el evangelista San Lucas: hace oración Él solo, y los discípulos están como se suele decir “de cuerpo presente”. Debería de haber dicho: “estaban haciendo oración Jesús y sus discípulos”; y, sin embargo, parece que el único que hace oración es Él. ¿Seguirá sucediendo hoy, después de veintiún siglos, lo mismo? ¿Estaremos dejando sólo al Señor sin acompañarle, dejando que siga solo en su oración por nosotros? … ¿Dónde tienes la cabeza durante la celebración de la Misa del domingo, por ejemplo?; o, aún sería mejor preguntarnos, ¿Dónde tenemos el corazón mientras estamos en la Eucaristía?. Porque, a fin de cuentas, allí donde está tu tesoro allí está tu corazón.
El Señor les va a preguntar a sus discípulos nada menos acerca de lo que piensa la gente de Él, mejor dicho, “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Esta pregunta es fundamental para nuestra vida, o para ser exactos es fundamental la respuesta que demos a la pregunta de quién es para cada uno de nosotros Jesús. No te precipites en tu contestación, pues debemos meditar quién, de verdad, de hecho, en mi vida práctica, en mi relación con el cónyuge, con los hijos, con los amigos, ¿quién de verdad es Cristo? Es fundamental porque, según quien sea, así será nuestra vida.
Y para que veas que no es fácil la respuesta, atiende a las contestaciones de lo que le van diciendo los apóstoles sobre quién es el Señor: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”. Aunque ahora nos pueda hacer cierta gracia al observar el despiste que tenían, no nos deberíamos reír muy fuerte, ya que no sería raro que a nosotros nos pasara parecido. Es decir, ellos dan respuestas bastante buenas, Juan Bautista, Elías, un profeta… es verdad, pero Cristo es algo más, algo que lo hace distinto sustancialmente: el es “el Mesías de Dios”, Él es Dios. O, lo que es lo mismo, Él es el creador y Señor de todas las cosas, el que me ama, tanto, que ha muerto hasta una muerte y muerte ignominiosa, muerte de cruz, por mí, para que se me abran las puertas del cielo.
Él, que nos ha dado a su Madre como intercesora, me ha dado la Confesión para el perdón y la Eucaristía para alimento. Es el que me ha dado el ser y el existir. Pide al Señor: “Señor, que te conozca más, Señor que te conozca mejor, porque te quiero amar más, porque te quiero amar mejor”.